El maniqueísmo es una antigua doctrina que, en solo 200 años, se extendió rápidamente por Oriente Medio. Llegó después a China y al imperio romano a finales del siglo III.
Fue fundada en torno al año 240 d.c. por Mani, un antiguo sabio persa que se decía el último de los profetas; se conformó como una religión de corte dualista, pues suponía la existencia de dos principios supremos e irreconciliables, que rigen el universo: el de la luz (el Bien) y el de las tinieblas (el Mal). Aunque se extinguió como un credo religioso tras numerosas persecuciones y prohibiciones, su percepción dicotómica de la realidad se injertó en otros campos del quehacer humano. Así, una tendencia a la dicotomía, a dividir las realidades, los esquemas de pensamiento o las personas en dos polos opuestos irreductibles y enfrentados, pervive como uno de los rasgos más sobresalientes en el transcurrir histórico y político de la nación mexicana. Situarse en el polo del bien y reducir al adversario al extremo opuesto bajo diversos nombres y apelativos, supone una trampa que busca legitimar moralmente a una de las partes, mientras se desacredita la naturaleza de la otra como perversa y recriminable. Esta polarización, que replica en el plano político la hipotética lucha entre el bien y el mal, suprime todos los matices y anula toda posibilidad de acuerdo o acercamiento entre las partes, pues prescinde de la amplia gama de posicionamientos políticos frente a una misma realidad y de la compleja diversidad ideológica que caracteriza a los seres humanos. El maniqueísmo político es empleado a menudo con fines manipulativos: Toda disidencia, al margen de su racionalidad, su grado de acierto o sus cualidades éticas intrínsecas, será posicionada en automático en el polo irreductible de la inmoralidad. En este contexto, el diálogo y el acuerdo que caracterizan la vida democrática de las naciones desarrolladas, cimentada en la diversidad, en el acuerdo negociado y en el reconocimiento de los otros, resulta imposible; la intolerancia, el enfrentamiento, la descalificación prejuiciosa y el debilitamiento de la convivencia social, invadirán tarde o temprano la vida pública. El maniqueísmo político es, en los hechos, un rasgo frecuente en los regímenes totalitarios o dictatoriales: presupone que toda idea diferente a la propia, considerada como “moralmente correcta”, debe ser perseguida y eliminada a toda costa por su carácter “malévolo”, sin importar los medios ni el ajuste a la legalidad de los métodos empleados para combatirla. De ahí la descalificación sistemática de López Obrador a todo opositor, tildado sin distingos como “adversario”, independientemente de su vinculación o no con el terreno de la política. Para su acostumbrada desacreditación matutina le sobran calificativos en todos los órdenes del ejercicio social: Neoporfiristas, neoliberales, conservadores, mafiosos, o corruptos, entre otros muchos, para las filas partidistas opositoras; fifís, "pirruris", señoritingos, o cualquier otra ridícula alusión clasista, para los disidentes de a pie; gacetilleros, prensa vendida, chayoteros, maiceados o hablantines para la prensa crítica; delincuentes, minoría rapaz, "riquín" y otros tantos vituperios para empresarios o emprendedores. Nadie se salva en su mundo de odio y de venganza; solo el servil, el obediente, el alienado, el adepto, los leales, los aplaudidores o todo aquel que le profese culto o lealtad ciega; para ellos no existe la regulación ética ni las consideraciones de igualdad o de justicia; no hay para ellos legislación que no se acople ni falla que no se enmiende.
Nada más próximo a su declaratoria maniquea que sus propias palabras: “ Se acabaron la simulación y las medias tintas, llegó el momento de definirse en favor o en contra de la transformación del país. O somos conservadores o somos liberales”. El peligro es inminente; todo maniqueísmo a ultranza pasa por la intolerancia, la inquina y el fanatismo, para desembocar en la ruptura, la división y el desastre. La bomba explotará tarde o temprano y no distinguirá filias ni banderías: Se llevará por delante a todos los mexicanos
Dr Javier González Maciel
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