Los destinos de una nación pueden verse influenciados, al margen de la ideología imperante o de las condiciones histórico-sociales de una época en particular, por los rasgos de personalidad,
las ambiciones políticas, la naturaleza dogmática o las convicciones individuales de quien ejerce el poder. Esto es particularmente cierto cuando, instrumentalizando el descontento, la frustración social o los deseos de cambio, un líder social más o menos carismático, se presenta ante las masas como un salvador, una figura transformadora y libertaria capaz de suprimir, aun sin un plan razonable y estructurado, todas las injusticias, las miserias, los vicios o cualquier otro rasgo negativo de una sociedad, configurando en torno suyo mediante el engaño mediático y la manipulación de masas, un culto a su personalidad. Este mecanismo de dominio y de control, involucra siempre una ponderación desmedida de sus alcances y cualidades reales, que genera un apego ciego y acrítico, una veneración exagerada en sus seguidores que, rayana en el sometimiento, termina por anular la capacidad de análisis y la voluntad individual, que son efectivamente reemplazadas por un nuevo perfil identitario proclive a la incondicionalidad y a la complacencia fervorosa. En el clímax del reclutamiento mental de las masas, el líder en el poder se asume infalible y, revestido de una aura de omnisciencia, se ostenta como la única autoridad legítima e incuestionable del estado. De ahí su tendencia sectaria y su postura hostil frente a toda oposición o asomo de insumisión; las causas del líder reclaman la obediencia absoluta de sus adeptos. La más mínima disidencia crítica será catalogada de inmediato como insubordinación, y será condenada al ostracismo y la marginación.
No es de extrañar así que tras la reciente renuncia del director del Instituto para devolver al pueblo lo robado, Jaime Cárdenas García, quien denunció irregularidades administrativas, procedimientos de valuación que no garantizaban el mayor beneficio para el Estado, mutilación de joyas, contratos favorables a las empresas y conductas de servidores públicos contrarias a las normas de la institución, haya sido etiquetado por el Sr. Obrador como persona non grata, por no poseer la característica indispensable exigida por su gobierno a todo servidor público: "Lealtad ciega". Pero suponer que la lealtad debe ser ciega, ajena a todo análisis o reflexión, supone enajenarla de sus rasgos fundamentales; la libertad de conciencia, el sentido de la justicia, la observancia de las normas éticas y el sentido del deber y del honor. La "lealtad" que exige al individuo la anulación de sí mismo, la complicidad insensata, la mutilación de sus valores o la depreciación indigna de su persona, recibe otro nombre: Servilismo. El análisis etimológico de los términos revela a menudo su verdadero sentido. El adjetivo servil, proviene del latin "servilis", esto es, propio de esclavos. Así, lo que el Sr. Obrador reverencia como encomiable "virtud" en servidores o gobernados, es en realidad un rasgo deleznable, moralmente reprobable, vinculado a la depreciación de nuestro ser y nuestros méritos. Se trata de una adhesión irreflexiva, que defienda a capa y espada las convicciones del amo, que no cuestione los medios tratándose de los fines, que festeje su insensatez, que asfixie en su origen todo cuestionamiento o todo juicio que ponga en entredicho la supremacía del "iluminado". Como una sombra humana que replica sin voluntad propia los movimientos de quien la genera, el hombre servil pliega su voluntad a los caprichos del líder, aun a costa de su dignidad. De ahí la adulación, la sumisión, la sujeción miope a los designios del gobernante. Diferenciar la lealtad del servilismo ciego no es un ejercicio ocioso. "Mi honor se llama lealtad", era el lema de las "Schutzstaffel" de Hitler, mejor conocidas como las "SS", que con su brazo derecho alzado y los tres primeros dedos de la mano derecha apuntando hacia arriba, pronunciaban el juramento con el que se incorporaban a sus filas: Yo te juro, Adolf Hitler, lealtad y valentía, como guía y canciller del Imperio Alemán. Te juro a ti y a los superiores designados por ti, obediencia hasta la muerte. Esta “lealtad ciega” condujo al exterminio indiscriminado y sistemático de millones de judíos en Europa, eslavos, homosexuales, gitanos, comunistas, socialdemócratas, discapacitados, niños, mujeres y enfermos mentales, en el peor genocidio del que se tenga memoria.
La lealtad ciega, corre el riesgo de extraviase
Dr. Javier González Maciel
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