La brevísima frontera, señor Obrador.

Señor presidente López Obrador, quiero felicitarlo muy sinceramente por sus logros. Soy un fiel seguidor de esos encuentros consuetudinarios de transparencia democrática, comunicación institucional abierta,  rendición de cuentas e intercambio plural y receptivo con la prensa, que en su país llaman de manera coloquial "las mañaneras". En estas latitudes señor presidente, la realidad es muy distinta:
un pasado oscuro y represivo que suponíamos superado, asoma de nuevo en el horizonte de nuestra patria, con negras nubes de intolerancia y de autoritarismo. Aquí, en estos lares,  sufrimos impotentes la retórica hueca y la perorata predecible de un líder autocrático, soberbio e inflexible, impermeable a la crítica, sordo e irreflexivo; un émulo casi cómico de los antiguos caudillos que, en su desbordada soberbia, irrumpían en la escena política para rescatar al mundo. Cada comunicación del poder en estas tierras no es sino una farsa democrática, un rígido aleccionamiento doctrinario que apunta insistente a la domesticación de las masas, a la aquiescencia popular y a la obediencia sumisa e incondicional del pueblo; una grosera estrategia manipulativa que acicatea los odios de clase, los resabios sociales y las antiguas afrentas históricas para alimentar el encono contra todo aquel que muestre trazas de oposición o disidencia política. Aquí, para nuestra desgracia e infortunio, los micrófonos oficialistas repiten incansables la narrativa demagógica bajo el aplauso fiel de huestes mercenarias, que indignas, aduladoras y serviles, como manadas de micos amaestrados, festejan las ocurrencias y los dislates del iluminado. Qué distinto es descubrir su conducción con rumbo, ese proyecto de cambio y progreso que Usted mismo a bautizado en su país como la cuarta transformación; ese salto en la historia, paradigma de austeridad Republicana y de combate implacable de la corrupción, del dispendio y los abusos de las élites neoliberales, que habrá de llevar a su nación hacia una sociedad más justa y solidaria que dejará atrás el flagelo de la pobreza y los fantasmas de la desigualdad. Mi país no corre con la misma suerte; polarizado y confrontado en una burda trampa maniquea, cebado por la dádiva demagógica y por un paternalismo manipulador y degradante, se precipita al abismo de la miseria. De acuerdo con los expertos señor presidente, mi país será el más afectado en mi región y las filas de la extrema pobreza recibirán a 15.9 millones de nuevos desventurados. Mientras tanto intentamos asimilar su exitoso modelo para ponerlo en práctica y solventar la desgracia. Qué decir de lo que ha conseguido en materia de seguridad; en su país, dichosa realidad, no existen la tortura y las masacres; los esporádicos reportes de feminicidios o de actos violentos contra sus mujeres, son tan sólo una exageración maquiavélica de quienes intentan, infructuosamente, desbarrancar su proyecto de nación para preservar sus privilegios. En mi país, estimado señor, el panorama es más sangriento y desmoralizador. Mi amada Nación se debate entre el miedo y la impotencia al enfrentar el año más violento del tengamos memoria; sólo en lo que va de este año, ochenta mujeres han sido asesinadas aquí cada mes y el homicidio doloso, las extorsiones, el secuestro y los asesinatos del crimen organizado se fusionan implacables con nuestra realidad cotidiana. Festejo que en su país ninguna madre deba buscar a su hijos en fosas clandestinas. No puedo ocultar, lo confieso, cierto dejo de envidia al escuchar sus declaraciones sobre el combate de la pandemia. Pocos mandatarios en el mundo pueden preciarse de no haber sufrido la saturación de sus hospitales. Qué fortuna contar con el apoyo y la asesoría experta de un renombrado equipo de profesionales de la salud que se tradujo en un ahorro, sin parangón en otras geografías, en la compra de pruebas de detección del virus que, sin sustento científico, han sido preconizadas y recomendadas por supuestos expertos en países como el mío. Aquí señor presidente, sufrimos la verborrea de un charlatán infame que oculta los muertos y que insiste en abandonar las mascarillas como una medida estúpida de protección. ¿Se imagina la dimensión de la ignorancia?
 
Me uno además a las alabanzas procedentes de diversos puntos del orbe por la valiente cruzada que encabeza en su país en defensa de la libertad de expresión. Benditos sus gobernados; nuestras tierras no corren con la misma suerte. Aquí se amenaza con cárcel a todo aquel que se atreve a denunciar actos de corrupción vinculados al poder, y se elaboran listas negras de periodistas opositores para que a nadie le quepa la menor duda de la vigilancia y la fiscalización continua de los que se atreven a disentir.  
 
Pero en fin, seguro estoy de que tendrá éxito; qué mejor decisión que apoyarse en su gran empresa nacionalista que habrá de devolver a su pueblo la soberanía petrolera. Su magno proyecto de refinación de crudo proporcionará a su gente la tan ansiada autosuficiencia, y hará totalmente innecesarios los flujos de inversión privada que amenazan con saquear sus recursos naturales. En mi país señor Obrador, la corrupción de funcionarios gubernamentales amparados por el poder, y la ineficiencia operativa han originado que la industria petrolera registre pérdidas difíciles de comprender que, según han dicho aquí, equivalen a 1.9 mil mdp.
 
Me congratulo de sus hazañas. Qué diéramos en nuestro país por que fueran nuestras. Lástima, si se considera la estrecha vecindad y la cercanía de nuestros países, separados apenas por su brevísima frontera: La puerta de un Palacio.
 
Dr. Javier González Maciel. 
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina.