La Ilustración, movimiento cultural e intelectual surgido en la Europa de mediados del siglo XVIII, conocido hoy día como el Siglo de las Luces, supuso que el conocimiento humano, el progreso y la soberanía de la razón, podrían liberar al hombre de los prejuicios religiosos, de las tinieblas de la ignorancia, del
oscurantismo y de la imposición ideológica. La Ilustración privilegió un nueva forma de pensamiento que pretendía reexaminar los valores y las viejas ideas bajo el microscopio de la razón. Superar los antiguos prejuicios que anclan al individuo a dogmatismos religiosos o a gobiernos despóticos, condujo a una hegemonía de la comprensión racional mediante el uso de la inteligencia y la experiencia (al margen de revelaciones o de tradiciones "heredadas"), y a una ponderación irrestricta de las libertades individuales. Pero el fatídico 1914, que dio inicio a la primera Gran Guerra Mundial, desembocaría en una infortunada sucesión de cataclismos sociales impulsados por el fanatismo y la irracionalidad, que se extenderían a lo largo de todo el siglo XX. Ahora, el fantasma del fanatismo fragua su retorno, con renovado impulso, a los distintos escenarios del quehacer humano, donde parece resurgir esa especie nueva e involutiva de individuo que el psiquiatra español Francisco Alonso Fernández ha dado en llamar el "Homo sapiens brutalis". Y es que, a diferencia de un "partidario" que se apega a verdades perfectibles, refutables y contrastables en el terreno empírico, el marco de creencias o tendencias del fanático es típicamente acrítico, irreflexivo, incondicional y a menudo violento. El carácter ciego de la convicción, la rigidez, la sobrevaloración de sus "ideas" y la abnegada defensa del conjunto de dogmas que rehúyen el análisis y la contrastación, posicionan al fanático como el antípoda del científico y del hombre racional. Para el fanatismo no existe la disidencia, la discrepancia o la diversidad de opiniones; todo "detractor", todo "adversario" (como suele llamarlos el inquilino de Palacio), caerá en el campo de la herejía, de la traición o de la apostasía y deberá ser silenciado, descalificado, perseguido u obligado a la abdicación o a la retractación. El pensamiento del fanático es cerrado y simplista, intelectualmente elemental considerando su visión dicotómica y su miopía de los matices ("se es o no se es", "estás conmigo o contra mí", eres "chairo o fífí", "liberal" o "conservador"). El "ojo" del fanático contempla sólo un ángulo estrecho de su recortada realidad, ignorando selectivamente o desechando como falsas todas las ideas que no encajen a cabalidad con sus acartonados prejuicios. Mira lo que desea ver, siempre a través de su lente doctrinaria. La consecuencia lógica de tal desviación óptica, es el surgimiento de una realidad deformada, una pérdida de las dimensiones reales de su entorno social, que debilitan aun más los escasos puntos de contacto racional con la realidad objetiva. Infortunadamente el fanatismo se implanta con facilidad, pues supone un ahorro de energía psicológica que minimiza el trabajo intelectual. Sin embargo, el costo a pagar es excesivo, pues la incondicionalidad y el seguidismo conducen a la enajenación y a la despersonalización progresiva. Cabe preguntarse en este punto, ¿por qué se promueve con tanto ahínco el fanatismo político cuyo resultado invariable será la radicalización, el odio por el "otro", la exclusión o la proscripción del "adversario", y la pérdida de la individualidad y la capacidad crítica en aras de una masificación gregaria? ¿Qué fines perversos persigue un líder político que, a través de su narrativa, moviliza a su favor los sentimientos de agravio, vejación, desposesión o "ultraje histórico" de todo un pueblo para alentar un conjunto de "emociones" irracionales que sembrarán en sus adeptos la semilla del fanatismo? La razón es simple, pérfida y pragmática: la necesidad de control y la consecución de una incondicionalidad acrítica que convierta a sus adeptos en simples acólitos, en soldados ideológicos o prosélitos de su "religión". El fanático no cuestiona, no inquiere, no indaga, no investiga, no analiza: Cree en un dogma sin fisuras, en el halo salvífico de su autoproclamado mesías. Este fenómeno de idealización, de embelesamiento y de fascinación por la figura del "elegido", trasformada casi en impulso "amoroso", explica los altos niveles de popularidad de nuestro inquilino de Palacio quien, a pesar de su cortedad intelectual, de su pobreza discursiva y de las evidentes debilidades de su "proyecto de país" (si es que tiene alguno), consigue capturar lealtades ciegas a través de una narrativa tan insulsa como elemental, pero capaz de despertar entre sus fieles (proclives a la unilateralidad, al seguidismo irreflexivo y la robotización obediente) las acaloradas reacciones emocionales que alentarán el fanatismo.
Eso explica a todas luces la aparente contradicción que encierra la elevada aceptación de la figura presidencial entre las ruinas de nuestra patria: Nadie parece advertir las señales de la agonía, la proximidad de la catástrofe, la amenaza autoritaria, el desmoronamiento de la democracia, la tentación dictatorial, las cifras de la ineptitud, los flagelos de la descomposición social, los retoños del odio y la debacle nacional. Nada más emblemático de la ineptitud gubernamental que el evidente fracaso en sus promesas torales: Once millones (sí, once millones) de personas se agregarán a las filas de la pobreza, lloraremos quizás a 150,000 personas (cada una con un nombre, una familia y un rostro), a consecuencia de una de las más deplorables gestiones de la pandemia alrededor del mundo, dirigida con negligencia criminal por un impresentable matasanos; deberemos pagar el costo financiero de la deuda del sector público que asciende ya a 1.35 billones de pesos; despediremos a casi 11 mil pequeñas y medianas empresas que han ido a la quiebra y seremos testigos del asesinato de 10.3 mujeres por día antes de que el inquilino de Palacio haya revisado en el diccionario la palabra "feminicidio"; le apostaremos a una empresa petrolera y construiremos una refinería absurda, cuando la pérdida de PEMEX en los primeros nueve meses de 2020 es de 26 mmdd (sí, dólares, un 243.1% más que en el mismo período de 2019) y cuando tratamos de eliminar de la faz de la tierra los combustibles fósiles; veremos actos imperdonables de corrupción cometidos con absoluta impunidad por quienes dicen combatirla, tal como pudimos constatar en el caso de Pío López y de Felipa Obrador (por citar sólo los más casos con mayor derroche de cinismo y de impudencia), que serán justificados por la virtud de sus "fines"; caeremos en las redes de la desesperación y el miedo esperando a que termine el año más sangriento en la historia de nuestro país con tasas al alza en feminicidios y en homicidios dolosos; despediremos el 2020 con la pérdida de 555 mil plazas en el empleo formal en los últimos dos años y México tendrá una de las contracciones económicas más severas entre los 36 países miembros de la OCDE; soportaremos la muerte de los niños con cáncer y los pacientes con VIH debido al desmantelamiento de las redes de distribución sanitaria y al raquítico presupuesto destinado a la salud, y experimentaremos en carne propia el colapso del sector sanitario en aras de programas clientelares y de demagógicos proyectos.
La oposición deberá entender, sin embargo, que es la rabia social, el sentimiento de abandono y de desprotección, la necesidad de colectivos marginados de resarcirse frente al mundo ante el ultraje y las injusticias, la depauperación intelectual de quienes habitan en una realidad marginal, lo que ha permitido que un farsante demagógico y populista se monte en los fanatismos para perpetuarse en el poder.
El fanatismo es el umbral del desmoronamiento democrático y la razón de la sinrazón.
Dr. Javier González Maciel
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina.