Las acciones criminales de la pseudo-ciencia

Cuando un mensaje discursivo se estructura a partir de las aspiraciones, objetivos, ideales, pretensiones, conveniencias o requerimientos de una clase social, de un grupo político o de un conjunto de agentes históricos clasificado de acuerdo con algún otro tipo de criterio específico, nos
alejamos de la ciencia para movernos en la dimensión sociológica de la "ideología". Aunque las influencias ideológicas no pueden excluirse por completo del quehacer científico, pues toda investigación se sitúa en un contexto social determinado y responde a menudo a intereses de clase, el entendimiento objetivo de nuestra realidad exige una visión más rigurosa que, fundada en un conocimiento demostrable, nos aproxime a la verdad, al mundo de los hechos constatables, objetivos, contrastables y reproducibles; que nos aproxime a ese rompecabezas de la realidad donde las piezas encajan en una imagen congruente, comprobable y correcta de nuestra realidad circundante. Esto es especialmente cierto en el terreno de las disciplinas naturales, donde apartarnos de toda clase de consideraciones ideológicas es condición sine qua non, si pretendemos alcanzar un conocimiento objetivo, completo y preciso que, cimentado en la ciencia, nos mantenga por encima de opiniones, de intereses particulares o de sesgos subjetivos. Mientras las visiones ideológicas son a menudo resistentes a la crítica, e inflexibles y dogmáticas se mantienen dentro de esquemas de la realidad incompletos y automutilados, el trabajo científico reniega de las distorsiones, del prejuicio y de la irracionalidad, y se encuentra siempre abierto a la revisión, a la verificación y a la enmienda.  Así, la ciencia avanza al exponer eventuales contradicciones e incoherencias dentro de su propio cuerpo de conocimientos y al poner en duda postulados que, a menudo, se consideran verdades inmutables; la ideología, por el contrario, disimula y esconde contradicciones e incongruencias para evadir a toda costa cualquier tipo de cuestionamiento crítico y mantener indemne su visión esquemática y reduccionista de la realidad. Tal visión ideológica, que compromete la neutralidad y la racionalidad del conocimiento, ha sido el sello distintivo de la actual gestión de la pandemia, encabezada por nuestro inquilino de Palacio y por su runfla criminal de impresentables matasanos que, cegados por el servilismo, la ambición y la rigidez de su filiación política,  se niegan a reconocer la magnitud de sus yerros.  Tratándose de garantizar la salud, de proteger la integridad de toda una población o de preservar el valor superior de la vida humana, ciencia e ideología rivalizan y se oponen, como la verdad a la mentira, como la luz a la oscuridad, como la razón a la ignorancia, como el discernimiento a la superchería.
 
¿Cómo justificar, más allá de absurdos sesgos ideológicos, las a menudo insensatas o francamente ridículas declaraciones y estrategias en el combate de la covid 19 de nuestras extraviadas autoridades? ¿Cómo preservar lo indefendible cuando un infame Rasputín, más verborreico que sensato, comanda las acciones para salvaguardar a la población? ¿Cómo permanecer en silencio cuando un subsecretario, en el rol del mítico "Faetón", ha incendiado nuestra tierra y desecado nuestros mares con su impericia y su indolencia?
 
El malabarismo ideológico, aplicado a la ciencias de la salud, es un fusil cargado en las manos de un loco, un traje ornamentado a la medida de las circunstancias, una salida cómoda e impúdica que oculta la ignorancia, la ineptitud o la indecencia. No extraña así que el subsecretario López- Gatell haya declarado en su momento, en un intento claro de culpar de la pandemia a sus odiados enemigos ideológicos, que la enfermedad fue "importada a partir de grupos sociales de alta capacidad económica y financiera; por los grupos sociales adinerados del país" [...] cuya "capacidad económica u ocupación les llevaba a viajar internacionalmente". Ahora, tratándose de solicitar pruebas negativas a los extranjeros que arriban al país, como han hecho otros países, ha declarado sin empacho: "[...] La contribución que pueden tener viajeros internacionales es francamente pequeña, aún cuando se tratara de personas que provienen de países que tienen una transmisión muy activa, porque entre otras cosas, está muy documentado que las personas viajeras generalmente son personas de bajo riesgo o de baja probabilidad de tener enfermedad activa, precisamente porque en general las personas no viajan estando enfermas".
 
Qué decir de sus declaraciones sobre "The Lancet", calificada como una revista que "incurre en francas mentiras, como decir que tenemos una política de no realizar pruebas o no rastrear contactos". Tal revista, otrora repudiada por calificar a México como el país que "acumula miseria con más de 70 mil muertes" es posicionada ahora por su narrativa como la "muy prestigiada revista científica" que da a conocer al fin los resultados de los ensayos clínicos de Fase 3 de la vacuna Sputnik V, elegida precipitadamente por nuestro gobierno, no por su seguridad y eficacia ahora comprobadas, sino por su disponibilidad y bajo costo. Por si tales ejemplos no resultasen convincentes para probar los sesgos ideológicos y la naturaleza títere y servil de tan infames galenos, ¿qué decir de su descalificación persistente del uso de las mascarillas, de su negativa a practicar pruebas, de sus declaraciones en las que afirmaban que una "epidemia larga de COVID-19 en México es una consecuencia de haber reducido el número de casos diarios y significa el éxito de las medidas" implementadas? ¿Qué decir de los malabarismos numéricos para esconder las cifras reales de muertos, de los errados picos proyectados para la pandemia, de los escenarios más catastróficos con sólo 60 mil muertos, de la vacunación desvergonzada de los Siervos de la Nación y del uso político y electoral de la vacunación en curso?
 
Hans Asperger, un eminente pediatra, psiquiatra e investigador austriaco, fue ampliamente reconocido por sus estudios sobre desordenes mentales y un pionero en el entendimiento del autismo. Su apellido figura en el historial clínico de cientos de miles de niños en todo el mundo, que padecen una trastorno del desarrollo incluido en el espectro de dicha enfermedad, ahora conocido como síndrome de Asperger. En 1944, tras la publicación del artículo en el que describía las manifestaciones del síndrome, encontró un puesto permanente en la Universidad de Viena, para convertirse más tarde en director de la clínica infantil de la ciudad. Como jefe de pediatría de la Universidad, desempeñó su trabajo durante 20 largos años, laboró después en Innsbruck y desde 1964, encabezó las llamadas Aldeas Infantiles SOS, especializadas en el cuidado de los niños con base a un modelo familiar. Pero la biografía de tal personaje esconde también un pasado siniestro. Asperger colaboró activamente en los asesinatos de la "aktion T4" (cualquier parecido con la 4T es mera coincidencia) perpetrados por los nazis en su programa de eutanasia y eugenesia, que pretendía deshacerse de todos aquellos niños discapacitados cuyas vidas eran consideradas como "indignas de ser vividas". Asperger derivó a niños profundamente discapacitados a la clínica de Am Spiegelgrund para que fueran asesinados, a cambio de oportunidades profesionales.
 
La ideología es a menudo la justificación de la acciones criminales de la pseudo-ciencia.
 
Dr. Javier González Maciel
 
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina