Su repudio a la complejidad y al debate de las ideas, su pobreza intelectual, su simplismo insultante, su inocultable trivialidad poblada de sandeces y
palabras inútiles, su vulgaridad y burdo despliegue demagógico, su zafiedad, su chabacanería y su impúdica mendacidad, han transformado el discurso gubernamental, surgido desde el podio mañanero, en un diario suplicio intolerable, en un irritante soliloquio que, a lomos de la ignorancia, la improvisación y la desfachatez, que aupado en la manipulación y en la complacencia popular, ha reducido la comunicación pública a un "diálogo" entre idiotas, a una fórmula de adoctrinamiento masivo que apela a la visceralidad, a la reacción irracional, al impulso revanchista; a una perorata de enunciados vacíos, insustancial, bordada de clichés ideológicos, imbuida de un reduccionismo rayano en la idiocia; a una prédica ajena a la racionalidad, a la pluralidad, a la complejidad y seriedad que merecen y requieren los grandes problemas nacionales.
Se ha consolidado el discurso de la ignorancia, el que narcotiza el intelecto y aletarga la reflexión; el que conduce a la sumisión insensata del que responde sin entender, del que traga sin degustar, del que asimila sin discernir. Hemos empoderado ese discurso populista que prestigia la ignorancia, que emerge del dogma, que se teje en la intuición, en el impulso o la clarividencia, que devuelve el protagonismo a las masas irreflexivas, el que opina sin argumentos, el que afirma sin evidencias, el que campea a sus anchas entre la ligereza y la ordinariez. ¿Puede haber apelación más grosera a la visceralidad del populacho que las más recientes afirmaciones de nuestro inquilino de Palacio sobre el avión presidencial?
"Ahí tenemos todavía lo del avión presidencial que no lo hemos podido vender porque lo hicieron como si se tratara de monarcas, faraones, un avión de gran lujo, que si no lo vendemos significa pagar 7 mil millones de pesos".
No se ha vendido el avión por ser "muy extravagante", para "machuchones"
"¿Por qué nos ha costado trabajo venderlo y me cuesta también trabajo convencerlos? Porque nadie quiere, como se dice coloquialmente, 'tirar aceite', andar ahí de presumido"
Hemos cruzado así la frontera de la razón para invadir la demagogia, para incitar y exaltar las reacciones de las masas desde el más rudimentario primitivismo emocional. La intelectualidad, la crítica o la discrepancia se han convertido en los nuevos estigmas, en el blanco de los enconos ideológicos: pensar es un desdoro, una deshonra que habrá de incorporarnos al gremio de los "intelectuales orgánicos", de los cómplices de la deshonestidad, de los "chayoteros" impúdicos que despojados de sus privilegios, intentan dinamitar su histórica "transformación".
Neutralizar el pensamiento es sin duda la estrategia; hacernos parte de esa masa elástica y amorfa que se pliega al discurso; La kakistocracia se enseñorea para encumbrar a los ineptos, para hacernos creer que el acceso de los ignorantes a las cimas del poder no es sino una justa reivindicación de la vocación democrática.
¡No cabe duda señor Presidente, la ignorancia se ha vuelto atrevida y desacomplejada!
Nada más actual que las palabras de una de las más grandes figuras de la literatura del Siglo de Oro español, Francisco de Quevedo, gloria del conceptismo barroco:
"En la ignorancia del pueblo está el dominio de los príncipes; el estudio que los advierte, los amotina. Vasallos doctos, más conspiran que obedecen, más examinan al señor que le respetan; en entendiéndole, osan despreciarle; en sabiendo qué es libertad, la desean; saben juzgar si merece reinar el que reina; y aquí empiezan a reinar sobre su príncipe. [...] Pueblo idiota es la seguridad del tirano".
Dr. Javier González Maciel
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina