El exceso de poder es la antesala del delirio, el camino a la desconexión, el preludio de la megalomanía. El término mismo, que encuentra sus raíces en el "potēre" latino, supone la capacidad para realizar, para trasformar, para llevar a cabo lo que uno se propone; la posibilidad de ejercer el mando,
la fuerza, el dominio y la autoridad, de posicionarse en un nivel superior en el sentido jerárquico. De ahí la fascinación del poder, su fuerza de convocatoria, la desproporcionalidad de sus pasiones, la capacidad de congregar en sus inmediaciones a una caterva de aduladores e incondicionales que, siempre serviles y sumisos, endulzaran los oídos del poderoso, ensalzando sus méritos, sobredimensionando sus logros, enalteciendo sus cualidades, minimizando sus yerros, elogiando sus decisiones, divinizando su palabra y justificando con toda clase de malabarismos discursivos, sus más evidentes desaciertos, sus desatinos y dislates. Es en esta atmósfera de irrealidad, en esta burbuja de adulación y de lisonja donde el entorno se desdibuja, se ajusta a la pretensión interna; es ahí, en ese espacio delirante de desbordadas creencias, donde se confunde el querer con el ser, el desear con el tener, el pretender con el lograr, el planificar con el conseguir. Ya Lord David Owen, neurólogo, rector de la Universidad de Liverpool y miembro de la Cámara de los Lores, señalaba que la acumulación de poder puede deformar la personalidad, aguijonear su desmesura, sobrevalorar su ego y transformar su mundo en un mero escenario para alcanzar la gloria. El desbordamiento de la autoconfianza da paso a la omnipotencia, al mesianismo, a la exaltación desmedida de sí mismo, al desprecio por la crítica o por el consejo ajeno. A la paulatina pérdida de contacto con la realidad y al consecuente aislamiento, seguirán la irreflexión, la sensación de omnisciencia, la imposición de decisiones temerarias, presuntamente infalibles, inmejorables e incuestionables. En tales cotos de narcisismo delirante y de soberbia desenfrenada, no existirá para el gobernante tribunal mundano ni poder público o privado al que deba rendir cuentas; la historia se hará cargo de proclamar su grandeza, de cantar su fama, de inmortalizar sus hazañas. Tal cúmulo de soberbia y de hinchado egocentrismo alimentado desde el poder, que el propio Owen bautizó como el "síndrome de Hibris", es en sí mismo desastroso; pero añadir a esta fórmula los ingredientes de la incompetencia, la ignorancia, la falta de escrúpulos, el cinismo, la pequeñez intelectual, la vulgaridad, el dogmatismo, la simpleza y la terquedad, ha generado un ente único, un individuo peligroso y fanático capaz de llevar a la ruina a la nación más sólida: Andrés Manuel López Obrador. Sólo alguien dotado de esta particular fórmula de abyección, de esta alquimia siniestra de desvergüenza y de desfachatez, que sitúa nuestras reacciones a mitad de camino entre la indignación y la repugnancia, entre el enojo y el asco, puede atreverse sin pudor a declarar que tiene una "ambición legítima: [...] Pasar a la historia como uno de los mejores presidentes de México". Justo en el epicentro de la desgracia, cuando carga en sus espaldas la muerte de miles de mexicanos abatidos por la pandemia debido a su ineptitud, a su desprecio por la ciencia, a su mezquina receta de fortaleza moral y de estampitas; cuando ha desmantelado el sistema de salud y es cómplice del asesinato de cientos de niños que se quedarán sin sus medicamentos para el cáncer, sin sus indispensables vacunas para la poliomielitis, el sarampión o la tuberculosis; cuando sus familiares y amigos se hinchan de recursos mal habidos haciendo gala de su desvergüenza, de los privilegios que les otorga su cercanía con el poder; cuando ha sumido a nuestro país en una aventura estatista, retrógrada y nacionalista que apuesta por el petróleo y el carbón, por las energías contaminantes, por un ladronzuelo que mal dirige las políticas energéticas tras un largo historial de infamia y corrupción; cuando ha desintegrado programas y fideicomisos para canalizar recursos a sus obras megalómanas, prototipos de lo inservible, de lo oneroso y de lo inútil; cuando su ceguera e insensatez se ha entregado a una labor depredadora de corte neoliberal, a un proyecto ecocida que destruirá zonas naturales protegidas, que someterá a la zona del sureste a una sobreexplotación turística, que afectará a las comunidades originarias y que dañara, de acuerdo con los expertos, a 315 especies animales nativas a cambio de salarios miserables y de condiciones laborales precarias; cuando su fanatismo populista ha cancelado un aeropuerto a la altura de los mejores, paradigma de conectividad, eficiencia y rentabilidad, para adecuar un lote baldío, un bodegón infame que ha sido desacreditado por MITRE, una de las más importantes corporaciones a nivel mundial, famosa por desarrollar sistemas avanzados de aviación; cuando ha traicionado a los pobres conduciendo a la economía mexicana a la crisis más severa del último siglo, que ha sumado a las filas de la miseria a 10 millones de personas y que ha incrementado la pobreza laboral, que alcanza ya el 40.7%; cuando se registraron en México 940 feminicidios en un año, 7 denuncias de mujeres cada hora por lesiones dolosas y más de 51,000 denuncias por delitos sexuales, que sólo lograron inspirar en su atrófico intelecto la ocurrencia infame de un "ya chole".
Calígula, el tristemente célebre emperador romano, ascendió al poder entre el júbilo y el beneplácito del populacho, tras los excesos y desatinos de Tiberio. Al asumir el poder, Calígula no ejercía ningún puesto oficial y sólo había ocupado en el pasado un cargo menor, pero su falta de experiencia fue desestimada por la población de Roma. Tras su ascenso, Calígula dilapidó la fortuna de tres mil millones de sestercios heredados de Tiberio. A decir de Dión Casio, invirtió en caballos, gladiadores y en otros desatinos semejantes. Soslayó la aguda crisis económica y la hambruna que azotó a la población a consecuencia de sus errores administrativos, y emprendió un conjunto de reformas urbanísticas que acabaron por vaciar completamente las arcas del Imperio. En la Bahía de Bayas, ordenó la construcción de un puente de barcos, sólo para cruzar el golfo en su carro mientras vestía la coraza de Alejandro Magno. Destacó por su violencia verbal y sus humillaciones al senado, e instituyó una serie de purgas contra sus presuntos enemigos. Creyéndose la encarnación misma de Júpiter, se proclamó dios y construyó templos en su honor. Entre sus numerosos desvaríos, nombró cónsul de Bitinia a su caballo Incitatus, para el que edificó una cabelleriza con planchas de mármol y pesebres de marfil.
Dirá más de uno que el Sr. Obrador no tiene un caballo para nombrarlo gobernador; pero tiene algo peor.........un violador.
Dr. Javier González Maciel.
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina