La ambición, como aspiración legítima de logro, es una herramienta poderosa; propulsora de la superación, necesario ingrediente del inconformismo, sucedánea de los sueños, faro que ofrece a
nuestros pasos su haz luminoso, que dibuja en nuestro mapa las coordenadas de la consecución, que da rumbo y sentido a los impulsos creativos. Pero la ambición puede asociarse con las malas compañías; en los sórdidos barrios de la codicia, en los linderos alejados de la desmesura, en los intrincados sótanos de la impudicia, en los peligrosos infiernos de la inmoralidad. Su faceta oscura es una fuerza maligna, un tóxico brebaje que desdora la honestidad, que mancilla la virtud; más apremiante que el deseo, más exigente que la perseverancia, más cegador que el odio. Nada detendrá la ambición desbocada; pisoteará la dignidad y escupirá sin recelo la tumba de los muertos. ¿Qué son para el insaciable apetito de un espíritu pretencioso las cortapisas de la escrupulosidad o los obstáculos de la decencia? La ambición desmedida es siempre cínica, rayana en la desfachatez, inverecunda y enojosa.
¿Cómo puede nuestro zar de la pandemia conciliar el sueño tras defender, con su acostumbrado cinismo, los desatinos y despropósitos de su nefanda gestión? ¿Qué grado de desfachatez debe tener una persona para hospitalizarse en la fase más temprana de la covid 19 y someterse a un tratamiento antiviral intravenoso, cuando le ha negado tales medidas al grueso de los mexicanos, declarándolas inútiles e ineficaces? ¿Cómo puede el responsable de cuidar la salud de la población incitarla a no utilizar la medidas más elementales de protección recomendadas en otras partes del mundo, sólo por agradar y complacer a su titiritero? Cuánto razón encierran las palabras de Jonathan Swift: " La ambición suele llevar a los hombres a ejecutar los menesteres más viles: Por eso para trepar se adopta la misma postura que para arrastrarse".
¿Qué grado de podredumbre moral alberga nuestro encargado de combatir la pandemia para luego de declarar que aún tiene una "carga viral lo suficientemente alta para ser contagioso", se lanza a las calles a un paseo sin cubrebocas? Sí, hablo de este charlatán infame y criminal que debería ser el primero en observar los ordenamientos de la ley, que en el Código Penal Federal establece con absoluta claridad que aquel que "a sabiendas de que está enfermo de un mal venéreo u otra enfermedad grave en período infectante, ponga en peligro de contagio la salud de otro, por relaciones sexuales u otro medio transmisible, será sancionado de tres días a tres años de prisión y hasta cuarenta días de multa.
Esta es la actitud indolente por la que pesan sobre sus hombros las muertes de 350,000 mexicanos, aún siendo condescendiente con sus cifras oficiales. Esta es la criminal complicidad de quien ha desmantelado el otrora eficiente sistema de vacunación en México para asegurarse de que cada dosis vaya acompañada de su consigna electoral. Este es el perfil del impresentable matasanos al que encomendamos nuestras vidas.
La admiración desproporcionada por Adolfo Hitler, llevó a Theodor Gilbert Morell (reconocido por sus allegados por su falta de higiene y de cuidado personal) a buscar la forma, valiéndose de sus contactos sociales en el primer círculo de los nazis, de entrar en contacto con su amado Führer. Pronto tuvo su gran oportunidad política en ocasión de un dolor estomacal que afectaba al dictador. El inescrupuloso médico lo convenció de que podía curar sus dolencias con celeridad. El empleo de una inútil combinación de vitaminas y bacterias conocidas como "Mutaflor" coincidió con la mejoría de Hitler. A partir de entonces, el lazo entre ambos sería indestructible. Durante largo tiempo, Morell le inyectaba una supuesta combinación de vitaminas, minerales, enzimas, testosterona y semen de toro, que escondían la verdadera esencia de su preparación: Cocaína. A pesar de las repetidas advertencias de sus generales que calificaban a Morell como un charlatán, Hitler lo mantuvo a su lado hasta sus últimos momentos en el búnker. Mientras Berlín lucía destrozada por el ejército rojo, Hitler seguía soñando con la victoria, drogado por las últimas inyecciones que le aplicó Morell, mientras el mal de Parkinson lo afectaba en forma evidente a consecuencia de los más de 70 medicamentos recibidos de manos de su curandero.
Ahí quedará inscrito en la historia de la infamia como un charlatán ambicioso y servil, como un mentiroso sin escrúpulos que, despreciando la ciencia y la vida humana, se asoció a un tirano inmoral para engañar a un pueblo que empeñó su credulidad y su esperanza....... ¡Morell o Gatell, da igual!
Dr. Javier González Maciel
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina