Toda argumentación emitida desde el dogma, distorsionada por el resentimiento o el prejuicio, fundamentada en la especulación o en el conocimiento intuitivo, vinculada a las relaciones de poder y
subordinación, aferrada a posturas o a concepciones irreductibles, alejada del análisis racional, reacia a la discusión, temerosa frente a la evidencia, aferrada a la narrativa inflexible de un pensamiento monolítico, es a menudo el germen del autoritarismo. El dogmatismo es por regla el callejón sin salida, el saco roto de la sensatez; limitado en su retórica, recurrirá siempre a las mismas frases, a las mismas creencias, a la misma coraza impenetrable que, elevada a la categoría de verdad, nos aleja de la evolución o de la rectificación. Todo dogma que se incrusta en el cerebro paraliza el intelecto; prefiere vencer a convencer, conquistar a transformar, imponer a persuadir. Aferrado a sus esquemas, se decantará por la intransigencia, el autoritarismo, la intolerancia o la tozudez. El dogmático se siente amenazado ante cualquier discrepancia; es sordo al señalamiento y reluctante a la enmienda. Su estructura anquilosada se sostendrá en el error; defenderá furibunda la "certeza" de sus convicciones con el acartonamiento y la inmutabilidad de su sobada retórica. Donde hace falta la racionalidad y el poder de convencimiento, sobran las descalificaciones y las ofensas. Tal es el caso de nuestro inquilino de Palacio que, iracundo y frenético, se lanzó contra el juez que suspendió los efectos y consecuencias de las reformas a la Ley de la Industria Eléctrica, apelando a sus acostumbrados linchamientos ideológicos y a una misiva dirigida al presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y al Consejo de la Judicatura Federal en la que asegura que se ha conformado un "buró jurídico", un "agrupamiento conservador y reaccionario" que se ha beneficiado con "la política de privatización impuesta desde el gobierno de Salinas de Gortari", y que se opone a "las obras, acciones y políticas" que han sido emprendidas para la transformación del país.
Pero su manida y desgastada retórica de la confabulación y del complot, fue rematada con un flagrante ataque al poder judicial por "legalizar injusticias de grupos minoritarios o guardar un silencio cómplice ante corruptelas y arbitrariedades".
El peso de la amenaza y del quehacer totalitario vendrían después: El comunicado de Morena que pone en tela de juicio la legitimidad de los jueces y que señala las oscuras intenciones de las suspensiones concedidas que responden a "intereses del antiguo régimen neoliberal", las leyes reglamentarias para reformar el poder judicial que amagan a jueces y magistrados con sanciones de hasta 20 años de inhabilitación, la propuesta de una diputada morenista para modificar la Ley de Amparo y hacer a un lado cualquier obstáculo que les impida hacer con Pemex o CFE lo que les venga en gana y, finalmente, la asonada popular representada en las calles por los miembros del SME.
Pero nada revela en forma más fiel el autoritarismo y la peligrosidad del inquilino de Palacio que sus más recientes declaraciones: "Yo estoy seguro de que no es inconstitucional la reforma, pero si lo determinan jueces, magistrados, de que es inconstitucional y que no puede proceder, enviaría yo una iniciativa de reforma a la Constitución porque no puedo ser yo cómplice del robo, del atraco, no puedo aceptar que particulares dañen la hacienda pública y afecten la economía popular". He aquí la imposición a ultranza, el centralismo arcaico del antiguo priismo, la voluntad que se presume por encima de la Constitución y de las Leyes, la personalización del poder absoluto, el socavamiento sistemático de la división de poderes, la construcción de una estructura gubernamental y administrativa que, convertida en entelequia, sólo responda a los caprichos de su líder.
Tal es el sustrato de un régimen totalitario: la infalibilidad del iluminado, la eliminación de toda forma distinta de pensamiento, la oposición a modo, el apoyo incondicional de masas adoctrinadas en la consigna y en el dogma. Ni la racionalidad o el consenso del demócrata, ni los poderes de convocatoria o de convencimiento que apuntalan al estadista, tienen cabida en su universo. Sólo importa la visión del iluminado, la encarnación del pueblo; todo disenso simboliza la corrupción, la traición, la oposición al bienestar popular. Ayer la prensa, los neoliberales, los médicos, las mujeres, los padres de los niños con cáncer, los empresarios, los periodistas, los inversionistas, las instituciones o la ONU; hoy los jueces y los magistrados. Mañana Usted o yo, todo el que no se pliegue a su incuestionable voluntad, todo aquel que se atreva a emitir la más insignificante de las notas que no concuerde con su partitura.
Infiltrado el congreso, amenazado y limitado el poder judicial, desdibujados y controlados los organismos autónomos, solo queda un camino ante la dictadura al que no debemos renunciar las mentes libres: El ejercicio de la razón y la denuncia.
Dr. Javier González Maciel.
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina