El respeto a las garantías fundamentales de las personas, protegidas y aseguradas por un sólido marco jurídico, ajeno al arbitrio o al capricho de los actores en el quehacer político,
económico, gubernamental o de cualquier otra clase, alejado del accionar discrecional que se parapeta en el poder, es la piedra toral de los estados democráticos; la certeza y la seguridad, la definición y la previsibilidad que proporciona un sistema legal, son las condiciones mínimas indispensables que garantizan el ordenamiento, la regulación y el adecuado funcionamiento del engranaje social. La justicia no florece bajo las sombras de la incertidumbre jurídica. El largo brazo de la certeza normativa debe envolvernos a todos, a gobernantes y gobernados; el capricho en la aplicación de los ordenamientos, el proceder "legibus solutus" al más puro estilo de los antiguos emperadores romanos , la inmunidad legal que confiere el poder, la observancia mudable de la ley en función de la voluntad o del deseo cambiante de alguna de las partes o del criterio subjetivo del propio juzgador, minan y desgastan los pilares fundamentales de un Estado de Derecho. A decir del filósofo y sociólogo guatemalteco Recaséns Siches, "sin seguridad no hay derecho, ni bueno ni malo, ni de ninguna clase"[...]. No puede haber justicia donde no hay seguridad. Por lo tanto, podríamos decir que cabe que haya un derecho que no sea justo. Pero no cabe que en la sociedad haya justicia sin seguridad". ¿Cómo esperar entonces que nuestro testarudo e insensato inquilino de Palacio pueda generar condiciones de equidad, de justicia social, de confianza institucional, de credibilidad en la democracia y en las normas que nos rigen y nos protegen, toda vez que se ha erigido por una presunción mesiánica, por una supuesta superioridad moral otorgada por decreto popular, en el juez supremo de la Nación? Desde su pobre intelecto de diccionario de bolsillo, supone que un estado democrático debe estar sometido a los caprichos, las ocurrencias o las supuestas resoluciones del pueblo llano, sondeadas sesgadamente a través de amañadas y truculentas encuestas, al margen de todo ordenamiento legal, y orientadas a través de la manipulación, de la instrumentalización del odio, la ignorancia, la pobreza y el rezago social hacia los resultados pretendidos. Que nuestro émulo Juarista del tercer mundo le solicite a un organismo autónomo como el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, obligado en sus funciones a garantizar que los actos y las resoluciones en materia electoral se sujeten estrictamente a los mandatos de la ley, que desprecie y soslaye las ordenanzas jurídicas con el fin de implementar su mecanismo bananero de las "encuestas a modo" para decidir si los aspirantes a gobernadores de Michoacán y Guerrero deben o no aparecen en las boletas electorales, supone un desconocimiento grosero e inaceptable de los principios democráticos. Dios nos tome confesados ahí donde el curso de una Nación depende de los niveles hormonales o del estado anímico de un gobernante autócrata, o de los abusos y tropelías de un pueblo adoctrinado.
Mao Zedong, uno de los más sanguinarios dictadores que haya conocido la humanidad, no acudió a la fuerza desmedida de una policía política, como la NKVD de Joseph Stalin, pues transformó a la población entera en juez y en policía. Sujetó al pueblo chino a un intenso adoctrinamiento, que abarcaba todos los ámbitos de la cultura, y emprendió su infame revolución cultural que convirtió a millones de estudiantes en "guardias rojos". Los estudiantes tomaron el control de colegios y universidades, sometieron a los profesores a juicios sumarios; los maestros fueron vejados, golpeados y a menudo asesinados. Pero la cacería no se agotó ahí, pues Mao insistió en que todo lo viejo debía ser destruido; los guardias rojos arrasaron con bibliotecas, monumentos y antigüedades. Los ancianos eran desalojados a patadas de los salones de té por los aleccionados escuadrones infantiles.
Para nuestro inquilino de Palacio, sólo una muestra impecable de la "sabiduría popular".
Dr. Javier González Maciel
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina