El hombre es de suyo el animal de la mentira, tan antigua como el mundo, tan pertinaz como el pecado: Omnis homo mendax. Pero nunca se ha mentido como ahora; de la mentira privada y doméstica, acotada e interpersonal, hemos pasado a
la mentira sistematizada, organizada, proyectada a gran escala; la que planta cara con descaro a las verdades visibles, la que confronta la contundencia experiencial de los hechos, la que busca ocultar, tergiversar, destruir o reacomodar por completo nuestra realidad cotidiana. Herencia de los totalitarismos que fustigaron al mundo en el pasado siglo y a lomos de los medios masivos de comunicación, la mentira ha perdido su carácter selectivo: no se le miente a un ciudadano en particular, ni siquiera al enemigo (en un sentido maquiavélico), se le miente a todos, a la masa, a la comunidad misma, a propios y a extraños. Hemos abandonado el engaño dirigido, la mendacidad focalizada o la simplicidad de las declaraciones engañosas; en la mentira moderna, asoman ahora las intenciones performativas, la pretensión inequívoca de crear una "realidad distinta", una "dimensión alterna", de presentar "lo que no es" como "lo que es", de que aceptemos "lo falso" como "lo verdadero", de que confundamos "el ser" con "el decir". Dicha transmutación, casi imposible en el terreno de las verdades de orden lógico o racional, ajenas en general a los efectos de la ambición o de las pasiones del hombre, afecta con mayor facilidad a las "verdades de hecho" (y los políticos mendaces, lo saben de sobra): Esas verdades que se relacionan con los acontecimientos o con los hechos humanos, susceptibles de ser borradas, omitidas, tergiversadas, deformadas, descalificadas, estigmatizadas, falsificadas o difamadas por las feroces embestidas del poder, para desdibujarlas, diluirlas, destruirlas o extraviarlas para siempre en el oscuro laberinto de la mendacidad. Así, la mentira es un arma (la preferida del ignorante, del inseguro y del inepto), la alteración deliberada de una realidad a favor de intereses particulares, la manipulación mezquina de toda verdad, ciega a la contundencia de los datos, al carácter irrefutable de las comprobaciones, al peso de la evidencia, a los formalismos de la discusión racional. La interpretación, la opinión, la consigna o el embuste descarnado, suplantan y enmascaran la realidad, reescriben los hechos, suprimen los acontecimientos, siempre a la medida de las conveniencias, de las intenciones en el poder.
Esta ha sido la constante, el rasgo inconfundible, el sello indeleble, la mácula imborrable en el proceder político de nuestro inquilino de Palacio, de nuestro intento de presidente, del mendaz por antonomasia, del embustero supremo. Ajeno a la disertación, enemigo de los argumentos objetivos, desconocedor de la contrarréplica racional, se refugia en la adjetivación, en la estigmatización, en la descalificación del otro, en la evasión y la intimidación, en la impostura y la mentira. Nada más revelador al respecto que el desencuentro de ayer entre el astro mañanero de la paparrucha, entre el sátrapa del engaño, entre el arquetipo de la engañifa y el periodista Jorge Ramos. Al verse confrontado con las propias cifras oficiales respecto a la cantidad infame de homicidios en nuestro país (86 mil muertos desde la toma de posesión), a los casi 100 mexicanos al día que mueren en el país a consecuencia de la violencia, a las masacres de Zacatecas y de Reynosa, al ocultamiento de la verdadera cifra de muertos causada por la pandemia, hizo gala de su escapismo infame, de su discurso mentiroso, de su trapacería consuetudinaria, de sus patrañas sistemáticas.
Pero de algo parece olvidarse: La realidad golpea más fuerte que la mentira. La mendacidad a gran escala, al dirigirse a la masa, debe rebajar su rasero; así, la mentira de Obrador muestra su burdo entramado, su tejido grosero y ordinario, sus aserciones insultantes y chabacanas: Atentado flagrante a la verdad, insulto permanente a la nación, desprecio sistemático por la verdad.
Pero el gigante áureo, el coloso imponente de las "masas", la broncínea y sólida estatua, se partirá por los pies; por el endeble barro de la impostura y la mentira.
Dr. Javier González Maciel.
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina