Perfectible y cambiante, dinámica e inquieta, la sociedad contemporánea se aferra a la esperanza; asediada por la desigualdad, atrapada entre la violencia y la sinrazón, amenazada por un planeta cada vez más inhóspito y voluble, sucumbe a menudo ante los sueños idílicos, ante el imán irresistible de las
visiones utópicas, ante esos constructos de la imaginación que pretenden llevar al plano de lo posible ese "lugar inexistente" (forma en que Quevedo tradujo el vocablo "utopía", acuñado por Tomas Moro), ese diseño onírico e irrealizable de la "sociedad perfecta". Alejado de las posibilidades reales de transformación y cambio, de un proyecto social alentado desde la razón, consciente de las diferencias, la diversidad y el amplio abanico de motivaciones, creencias, aspiraciones, necesidades y apetencias que distinguen al género humano, el delirio de los utopismos se enraíza en los apriorismos, en el prejuicio, en el dogma, en la irracionalidad, en ese tipo de visiones que, "en blanco y negro", nos ofrecen escenarios ideales donde los individuos se reencuentran en un solo pensamiento, bajo un mismo modelo único e inobjetable, amalgamados en una "identidad común" que aspira a diluir las diferencias personales, políticas, económicas o sociales para fundirnos en la unidad, en la concordia plena, para crear al "hombre nuevo" (ese que, como lo señalara Ernesto Che Guevara en su escrito "El hombre nuevo", "habrá que educar y que formar" pues, "para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo"). Pero cuando estos desvaríos utópicos que suponen la recreación o la reeducación del hombre bajo un nuevo esquema "igualitario y colectivo", traspasan el ámbito de lo literario o la inocua fantasía social de la "convivencia idílica" para invadir la realidad, arropados por un poder económico o político, amenazan al hombre mismo acercándolo a las distopías, a esos regímenes autoritarios, intolerantes y represivos que resultan de poner en práctica los sueños utópicos. Así, toda utopía que aspire a forjar en el hombre los rasgos deseables, los atributos esperados, el perfil necesario que lo haga encajar a cabalidad en el modelo buscado, desembocará irremediablemente en una aventura intolerante y totalitaria. Así ocurrió con los moldes políticos, económicos, sociales o incluso raciales que impusieron en su momento la Rusia leninista-stalinista, el fascismo italiano de Mussolini o el delirante modelo de la Alemania nazi, que condujo a los extremos del genocidio y de la "guerra total" la presunta superioridad de la raza aria.
Así, toda utopía basada en el colectivismo, en la presunción de que un "pueblo", entendido como una masa homogénea y dúctil, debe adherirse sin objeciones a un modelo predeterminado, a una sola visión política, al margen de convicciones, diferencias, intereses, capacidades o aspiraciones personales, amenazará en forma real el derecho a la autonomía, el logro de la libertad y la autodeterminación del individuo. Pero hay algo aun más peligroso que esta veta coercitiva: su necesidad de desechar, suprimir, anular, silenciar, apartar, denostar o erradicar, de una forma u otra, todo aquello que difiera, que amenace, que se aparte, que disienta, que no se ajuste totalmente y con absoluta sumisión a la fijeza de sus moldes, a la invariabilidad de sus reglas, al carácter incuestionable de sus "exigencias" y "verdades". Éste ha sido sin duda el rasgo distintivo, la tendencia inocultable, la más notoria y reprobable peculiaridad de la locura obradorista que, disfrazada de "transformación", aniquila y destruye, cancela y elimina sin ofrecer nada a cambio. La prensa ha dado cuenta del saldo de la destrucción y se ha publicado, en una especie de recuento notarial, todo aquello que el capricho, la ceguera, la ignorancia o la ineptitud de nuestro papanatas palaciego, ha intentado borrar para siempre de nuestro horizonte nacional; un aeropuerto de talla mundial, el fondo de estabilización de los ingresos presupuestarios, las rondas y licitaciones petroleras que promovían la inversión privada nacional e internacional, las políticas de transición energética, el Instituto Nacional del Emprendedor (Inadem) que en su momento apoyo a 4.4 millones de emprendedores y mipymes en la creación y fortalecimiento de sus negocios, la agencia ProMéxico (reconocida a nivel mundial por sus resultados tangibles) que atrajo entre el 8 y el 9% de la inversión extranjera, el Fondo de Apoyo para Migrantes (que orientaba las remesas hacia proyectos productivos y de apoyo a las comunidades migrantes), el seguro popular y el sistema de compras consolidadas de medicamentos, lo que nos ha conducido a una de las peores crisis de desabasto e ineficiencia en el sector de la salud de la que tengamos memoria, las estancias infantiles, el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, los fideicomisos públicos que, entre otras cosas, daban soporte a la actividad científica y tecnológica, los Fondos del Sistema Nacional de Investigadores, el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, la Policia Federal, los subsidios a la seguridad municipal, el Fondo de Ayuda, Asistencia y Reparación Integral que asistía a las víctimas de los delitos de orden federal y de violaciones a los derechos humanos cometidas por autoridades federales, el Fondo para la Protección de Personas Defensoras de los Derechos Humanos y Periodistas, y un largo etcétera que incluye instituciones y mecanismos que a ojos de la actual administración, ostentan un defecto imperdonable; haber sido creados por gobiernos opositores.
¿Y a cambio que? Una economía decadente, un manejo miserable, criminal e inadmisible de la pandemia, una inseguridad y una violencia rampantes observadas desde la inacción, la indiferencia o el contubernio, una pobreza en expansión que ha incorporado ya a sus filas a más de 12 millones de mexicanos, un retroceso autocrático y, finalmente, un circo vergonzoso y ridículo, un espectáculo decadente y mentiroso, una farsa manipulativa y telenovelera que la nueva "utopía bananera" nos ofrece como solución, como la nueva forma de liderazgo y gobierno: La impresentable farsa mañanera.
Dr. Javier González Maciel
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina