El pluralismo político, entendido como la libertad que tiene cada individuo de expresarse, afiliarse o asociarse con arreglo a sus particulares convicciones,
creencias, expectativas, intereses o aspiraciones, es el rasgo inequívoco de la verdadera democracia. En el ámbito del pensamiento, la pluralidad enriquece; aceptar la legitimidad y el derecho a existir -en un marco jurídico equitativo- de la amplia gama de posicionamientos políticos que participan libremente en el juego democrático, garantiza la existencia del amplio abanico de representatividad que demanda la composición heterogénea del espectro social y el carácter dinámico y a menudo voluble de la voluntad popular. Reconocer la alteridad en el marco de la política, supone una renuncia, un reconocimiento de las diferentes formas de entender el mundo y de ocuparse de los asuntos del Estado.
Sin embargo, el devenir histórico latinoamericano y las profundas desigualdades en el seno de sus sociedades, han atraído una nueva plaga, que como la afilada espada de Damocles, cuelga del fino pelo de una crin de caballo sobre la cabeza de la democracia: Los populismos radicales de izquierda. Arrogándose en principio el monopolio de la verdad, difieren de la democracia en sus premisas fundamentales: La construcción de lo que llaman "pueblo" (una entelequia homogénea y monolítica), que supone una dicotomía absoluta, un "nosotros", una voluntad infalible e inapelable - representada siempre por la figura de su mesiánico líder- enfrentada a un "ellos", a esa "oligarquía" imprecisa y mal definida que representa al "adversario", al enemigo del progreso y del bienestar popular. Tal arreglo dicotómico, exige invariablemente la expulsión definitiva, la extirpación radical del "enemigo" político. De este modo, la posesión del poder no es un hecho coyuntural; se trata de una posesión, de un "derecho moral" transferido por el "pueblo". De ahí las transgresiones, la vulneración frecuente del marco institucional, la necesidad de suprimir - sin importar su rostro, su filiación social o su posicionamiento político - a todo el que disiente, su afán de perpetuarse en el poder, ignorando el carácter transitorio de su gestión. En el marco de los populismos no existen los "estadistas"; incapaces de aceptar la diversidad social, de anteponer las visiones de futuro a sus pretensiones electorales, de gobernar sin distingos para todos los ciudadanos, de asumir una visión de Estado por encima de las medidas clientelares y cortoplacistas de sus intereses partidistas, abdican del mandato esencial de toda democracia: Velar por el bien común y garantizar condiciones de igualdad para todos los ciudadanos.
En esa dinámica de confrontación, en esa lucha maniquea del "pueblo" contra sus "enemigos", en ese enfrentamiento simbólico del "bien" contra el "mal", del omnipresente "líder plebeyo" que revestido con el manto inmaculado de la "sabiduría popular" cumple la misión histórica de erradicar al "adversario", en esa retórica de la pugna política traslada al terreno de lo moral, todo arbitraje o contrapeso debe ser suprimido, erradicado, controlado a placer; el poder judicial, las organizaciones ciudadanas, los organismos reguladores, las agencias tributarias, pero sobre todo, las fuerzas armadas.
En el marco de los regímenes populistas radicales -como el que ahora intenta instituir en México nuestro aprendiz de dictador - resulta indispensable el control de los militares. La adquisición "sine die" del poder exige su vinculación política, su respaldo ideológico, su protección coercitiva. En otras palabras una abdicación absoluta de sus rasgos apolíticos, de su naturaleza rectora de la "sociedad en general", de sus funciones exclusivas en la defensa y en la seguridad de la Nación. Así, incorporadas por nuestro régimen populista a actividades políticas y económicas (el manejo de puertos y aduanas, la construcción del aeropuerto y de un tramo del Tren Maya, que lo han convertido en una empresa privada expuesta, como ha sido demostrado recientemente, al poder corruptor del dinero) adquieren ahora la visión parcial, la filiación ideológica, la convicción dogmática, la suplantación de los intereses generales del Estado por los intereses privativos de un proyecto político, por las pretensiones especificas de un grupo o facción civil. El objetivo es simple: inclinar la balanza del apoyo militar en favor de una visión política en detrimento de otra, sesgar la balanza mediante la intimidación y la coacción en pro de un determinado interés sectorial. Preocupa así sobre manera la disparatada declaración del Secretario de la Defensa, Luis Cresencio Sandoval, que invita a adherirse al proyecto de turno:
“Como mexicanos es necesario estar unidos en el proyecto de nación que está en marcha porque lejos de las diferencias de pensamientos que pudieran existir nos une la historia, el amor por la tierra que nos vio nacer y la convicción que solo trabajando por un mismo objetivo podremos hacer la realidad de México que cada día sea más prometedora"
"En lo que respecta a las Fuerzas Armadas, continuaremos poniendo todo el empeño en el cumplimiento de las tareas que tenemos encomendadas porque estamos seguros que ese es el camino para que el país siga desarrollándose"
¡Menuda traición a los valores castrenses, a la lealtad que deben a los ciudadanos y a la patria! ¡Apuntalar la visión parcial de un autócrata populista, renunciar a su misión constitucional de salvaguardar los intereses del Estado sobre los intereses del partido en el poder. Réplica infame del populismo chavista, burda expresión de las ambiciones autocráticas que contaminan como la peste, los regímenes democráticos de nuestra América Latina!
Las unidades de la Wehrmacht, ejércitos regulares de Adolfo Hitler, imbuidos por la visión de superioridad racial del pueblo alemán, participaron en la guerra de exterminio de poblaciones "subhumanas" en el frente oriental y apoyaron las masacres de judíos perpetradas por los escuadrones de la muerte conocidos como Einsatzgruppen, para la gloria del Reich de los "mil años"
¡La ideología es el germen maligno de los ejércitos!
Dr. Javier González Maciel
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina