La verdad no requiere de ropaje alguno; desnuda y luminosa, diáfana y contundente, se expresa sin cortapisas, en el fluido lenguaje de la razón y
de la sensatez: Sin el pesado lastre de la mendacidad y del embuste, transita ligera, impoluta ante la calumnia, serena ante la mentira, nítida ante la turbidez de la falsedad y la impostura.
Así la imaginó el insigne pintor florentino Francesco Furini en su "Alegoría de la Verdad". En esta obra maestra del arte barroco, la verdad es representada como una mujer con el torso desnudo que emerge luminosa de un ropaje azul, delante de un fondo tan oscuro como el engaño. En su mano se aprecia una máscara rota, frágil y hueca como la falsedad y el fingimiento; careta de los mentirosos y de los falsarios, de los calumniadores y los embusteros. Máscara ineficaz y quebradiza en la que se esconde la insinceridad, la pequeñez intelectual, la incompetencia o la maldad. Rostro inconfundible del mediocre y del cobarde; estigma de los espíritus mendaces y de las personalidades rastreras.
Nada más mezquino que la calumnia; calculadora y vil, clava sus dientes en la reputación ajena, ensucia al otro para limpiar su podredumbre; aconsejada por la impostura y alentada por la perfidia, se refugia en la maledicencia, se agazapa en las sombras para inyectar su ponzoña: Miente con facilidad, oculta e insidiosa, subrepticia y cínica; deshonra e infama, para ignorar en el espejo su podredumbre interna.
¿No son acaso la calumnia, la difamación, la insinuación falaz o la imputación mentirosa las expresiones más miserables de los envenenadores? Despreciables por su forma y reprobables por sus efectos, merecen el castigo del peor de los pecados.
¿Puede haber una muestra más deplorable de impudicia y deshonestidad que las declaraciones del Secretario de Salud Jorge Alcocer (avaladas y aplaudidas por su titiritero), en las que responsabiliza a los médicos de las miles de muertes que ha generado el desabasto imperdonable de medicamentos causado por su impericia e ineptitud? ¿De qué magnitud debe ser la desfachatez y la desvergüenza para que los artífices de una estrategia criminal y anticientífica en el contexto de la pandemia, se atrevan a señalar con dedo acusador a los médicos que ofrecen su vida para salvar otras?
Aunque entrecortado y a menudo incomprensible, su acostumbrado galimatías (inconcebible en un funcionario público de tal envergadura) reveló una faceta más de su infamia y su osadía:
"(...) hay una serie de argucias y que son muy metidas en médicos, en personal de trabajadoras sociales, por señalar a alguien, no estoy estigmatizando, señalar quiénes participan en esa cadena.
Y quiero tan sólo mencionar la experiencia que quiero también agradecer al señor presidente la gran oportunidad de que nos haya ubicado el cambio de la sede de la secretaría a Guerrero. Guerrero tiene todo eso y en Guerrero hemos, y estamos trabajando, sólo nos quedan dos hospitales, dos centros de salud, ni siquiera hospitales, a visitar, y es desastrosa la situación.
Y en todos ellos hay almacén y en todos ellos hay situaciones de ese tipo que se tienen que asegurar que los médicos, y estoy diciéndolo puntualmente, porque cada rato lo encuentro, los médicos son los que manejan ese eslabón, esa unión, esa pieza, de que ellos dicen: ‘no hay’ y saben que hay, y todavía dicen: ‘No le mandes la receta a fulano de tal porque él sí la va a pagar’, es decir, la va a pagar el paciente.
Entonces, en la consulta misma definen quién va a pagar la medicina que está ya claramente identificada y firmado por los directores de los hospitales y de los centros de salud, que nos ha costado trabajo hacerlo.
¡Marioneta de la infamia y del engaño palaciego! !Tapadera infame de un genocidio que, en su servilismo y su ambición, pretende esconder tras el telón de la seudociencia! Sólo faltaba el peor de los recursos en su cadena infame de ocultamiento y de mentiras: La calumnia.
Nada más revelador de la condición del calumniador que una de las obras maestras del pintor italiano Sandro Boticelli: La calumnia de Apeles. En ella, el rey Midas (con sus orejas de asno), señala al calumniado, aconsejado por dos mujeres que le hablan al oído (la ignorancia y la sospecha). El calumniado se encuentra desnudo (pues nada oculta) y una mujer antorcha en mano (la Calumnia), lo arrastra por el suelo asido por el cabello, acompañada por tres misteriosos personajes, inseparables compañeros de la calumnia (la impostura, la perfidia y el odio). Pero ahí, en la infamante escena, se yergue la verdad. Esa mujer desnuda y luminosa que apunta hacia el cielo para clamar justicia.
¡Bajo el gorro frigio de nuestro ínclito secretario, emergerán tarde o temprano las orejas de asno que ocultaba el rey Midas!
Dr. Javier González Maciel
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina