Controlar, deformar, banalizar, minimizar, ocultar o tergiversar la información, incluso a contracorriente de los hechos, las evidencias o la
ciencia, sólo para influir en la opinión pública, obtener un beneficio personal o favorecer determinados intereses políticos o económicos, constituye la esencia misma de la desinformación: Fenómeno distinto al desconocimiento o a la omisión involuntaria por su intencionalidad consciente, por su naturaleza manipulativa y sus pretensiones ocultas. En la intención de engañar, en la instrumentalización que hace el emisor de la ignorancia o de la credulidad irreflexiva del receptor (siempre proclives al seguidismo y a la sugestión), radica su poder, su capacidad para imponer esa nueva y extraña "realidad holográfica" en que se anulan los inconvenientes, en que se esconden los yerros; esa verdad distorsionada y ficticia en la que suelen montarse las opiniones favorables, la narrativa engañosa o las decisiones propicias a las intenciones del desinformador: Engaño de dos rostros, el de la mentira por comisión y el de la omisión por conveniencia. Propagación cínica de hechos falsarios o de medias verdades; ocultamiento silencioso paras esconder la realidad.
Travestida por esta suerte de alquimia retórica, la desinformación disimula los hechos, suprime las contradicciones, anula las evidencias, altera la naturaleza misma de los sucesos dotándolos de un halo de verosimilitud que hace posible la difusión descarada y cínica de toda clase de engendros narrativos. De ahí su impunidad, su desprecio patente por la evidencia y la congruencia interna; planificada y "creíble", estructurada y consistente, la desinformación consigue reemplazar la realidad, burlar el filtro de la reflexión y la coherencia, dar sentido aparente a la más evidente de las imbecilidades discursivas.
¿Puede haber mayor descaro desinformativo que la trivialización sistemática, las afirmaciones seudocientíficas y la red de mentiras que nuestro inquilino de Palacio y sus obedientes medicastros han construido en torno a la eminente cuarta ola de covid 19 en el país? ¿Puede haber expresión más mezquina y deleznable que minimizar los evidentes riesgos de Ómicron tras la crisis sanitaria y la saturación hospitalaria que viven las naciones más desarrolladas de Europa, a pesar de sus mayores tasas de vacunación comunitaria? ¿Puede haber mayor ruindad que negar la vacunación a la población infantil que se ha visto particularmente afectada por la nueva variante viral? ¿Hay acaso un mayor despliegue de mesianismo e ignorancia que suponer que la sobada "fortaleza moral" de nuestro líder bananero trazará en el destino sanitario de los mexicanos un rumbo distinto que el observado en Europa? ¿Puede haber una falta mayor de empatía y de desprecio por el valor de los demás que presentarse a su acostumbrada reunión mañanera con síntomas claros de covid 19?
Su aberrante declaración parece encerrar, en unas cuantas palabras, toda la vileza y la ruindad de la que es capaz:
"Tomen paracetamol, permanezcan en su casa, aíslense y eviten contagiar a otras personas, en la gran mayoría de las personas vacunadas la variante Ómicron es un covidcito’, o sea, que no tiene la potencia que tenía la variante delta"
!No hay peor "regla" para medir el tamaño verdadero de la covid, que la ignorancia y la estupidez!
Dr. Javier González Maciel
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina