México sigue estando entre los piases más corruptos del mundo. Las mediciones internacionales así lo indican. Sin lugar a dudas uno de los grandes males que hemos enfrentado los mexicanos durante toda nuestra historia ha sido la Corrupcion. Y no es que hasta ahora hayamos descubierto que este flagelo nos sigue causando un brutal daño como sociedad, lo que pasa es que nuestros gobernantes no han tenido la voluntad para combatir frontalmente este problema que parece haber llegado para quedarse.
Si hacemos un recuento de nuestra historia, recordemos que aquellos que cobraban los tributos cuando el Imperio Azteca se volvió hegemónico en la mayor parte de lo que ahora es nuestro país, se convirtieron al cabo del tiempo en dictadores que todo los decidían, que todo lo recababan y que todo lo saqueaban, dejando a los lugareños en la mendicidad cuando de vengar afrentas se trataba. Después vinieron los conquistadores y con ellos la etapa conocida como La Colonia, donde las encomiendas se convirtieron en las unidades de producción más importantes para la generación de riqueza, aunque con ello se iniciará una forma de esclavitud que seguimos detentando hasta nuestros días, porque los encomenderos de antaño son similares a los monopolistas de ahora de los que seguimos siendo tributarios. ¿Quienes? Los concesionarios y monopolistas de la tecnología.
Transcurridos doscientos años de vida independiente en este México nuestro, las cosas no han cambiado mucho porque seguimos hablando de lo mismo: pobreza. Es importante señalar que por principio de cuentas seguimos siendo el mismo pueblo que mantiene los mismos índices de pobreza. Para decirlo más claro, la mitad de los ciento veinticinco millones de habitantes que tiene este país, siguen siendo pobres como hace doscientos años, y como hace cien años que hicimos una revolución. Esto quiere decir que después de todos los movimientos reivindicatorios que hemos realizado, seguimos tanto igual, o peor que antes. Podrán decir misa quienes nos gobiernan, pero cada vez que hay cambio de Presidente de la Republica, gobernadores, Presidentes Municipales, o de representantes populares, siempre pasa lo mismo, ofrecen lo mismo, hablan de lo mismo, hacen las mismas pomesas, y todo termina al final de la misma forma que cuando ellos llegaron a vendernos la esperanza de una vida mejor.
Cuando observo que un simple empleado que gana un salario mínimo tiene que trabajar cerca de cuarenta años para alcanzar lo que percibe cada mes un Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, me queda claro que no tan solo es nuestra inseparable corrupcion la que nos corroe el alma del país, también es nuestra propia mendicidad. Que el poder judicial tenga la facultad de señalar cuánto debe ganar cada uno de sus integrantes no es autonomía, es mendicidad. Cuando los poderosos quieren ser más poderosos, los pobres pasan a la mísera, y el país está corriendo a pasos agigantados hacia ella. Pero no podemos ni debemos olvidar que la miseria es el principal elemento que provoca las convulsiones sociales. Al tiempo. This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.