La política en México siempre ha sido peculiar. Los sucesos dependen con mucho del comportamiento de quienes dicen hacer política, y nunca de las necesidades de los mexicanos. Para decirlo claro y preciso, los intereses de nuestra clase política se han extraviado y no corresponden
a las aspiraciones que tenemos como sociedad, como pueblo y como nación.
Pero es preciso reconocer que la culpa es nuestra, porque nunca hemos promovido la cultura del castigo en los procedimientos electorales y votamos por la simpatía de los candidatos, o por esa militancia mal entendida de avalar lo bueno y lo malo sin abrir la boca. Esa es la poca importancia que como grupo social le otorgamos a la actividad que más impacta en el ser humano: la política.
El problema para nosotros es que quienes la ejercen no tienen ni siquiera un poco de decencia y se dicen políticos tan solo por mal ejercer esa profesión que debiera ser la más respetada, la más pulcra y la más leal, porque lo que está en medio de todo son los intereses comunes, y debieran ser sagrados para quienes dicen defenderlos porque nosotros tendríamos que ser la razón principal cuando de tomar decisiones que nos afectan a todos se trata.
Valores como la ética, la honestidad, la decencia y los principios tendrían que formar parte del credo de cualquiera que se ufane de incursionar en política, porque las relaciones humanas deben estar por encima en todo momento para armonizar mejor la vida de quienes formamos parte de la nación, pero nuestra lamentable realidad indica que a ellos siempre les ha convenido que los militantes de un partido sientan odio por los demás para evitar la reflexión colectiva. De lo contrario daríamos al traste con sus planes de seguir recibiendo prerrogativas.
Hoy todas las expresiones políticas están en crisis a causa de ese cinismo, del poco aprecio que tienen por la sociedad en la que viven, y el uso que hacen de los caudales públicos sin rendir cuentas, y la mayor parte de las veces en su provecho. Son cómplices del saqueo indiscriminado del dinero de los mexicanos. Y ese cinismo y esa corrupción son las que han provocado una de las crisis más graves de nuestra historia.
Los mexicanos todos hemos dejado de creer en nuestra clase política, en lo que nos dicen, en lo que nos ofrecen y lo que señalan que hacen por nosotros. La rapiña es la identidad de estos tiempos, y la riqueza de cada uno de ellos el producto de nuestra indiferencia. Si no logramos castigarlos dejando de votarlos las cosas seguirán igual. No se trata de ir a ciegas con un partido, es la hora de pensar en la persona y su apego a lo nuestro. Nosotros somos el problema, pero también la solución. Al tiempo.