Creo que el Presidente de la República ha comenzado a percibir que las cosas no le están saliendo bien en los últimos meses, y pintan para peor. Y no es que me gusten los malos augurios, porque lo óptimo es que a todos nuestros gobernantes les vaya lo mejor
que se pueda, pero en los tiempos que estamos viviendo a cualquiera le va mal a causa de las disfunciones propias de nuestro sistema político y los avatares que impone el ejercicio de gobierno. Ni que decir de los valladares que se construyen desde las oposiciones.
Hace mucho tiempo que no observábamos una caída tan drástica en la popularidad de un Presidente de la República. Nunca antes, que yo sepa, se había llegado a menos de diez puntos en la calificación de una gestión presidencial.
Y no creo que haya sido solamente el incremento a los hidrocarburos el detonante, el problema es que se han juntado los problemas porque pasamos de uno a otro sin encontrar soluciones, y mucho menos indicios de que las cosas puedan mejorar.
Al presidente de la República, Enrique Peña Nieto, ha comenzado a enfadarle el quehacer gubernamental y esa falta clara de resultados. Acudir a una trillada frase del caló popular fue lo peor que se le pudo haber ocurrido. “Nada les embona” quedará en la historia de los deslices presidenciales, pero sobre todo, no como una anécdota grata, sino amarga por el contexto en que se dio y por la percepción que del suceso tendrán las futuras generaciones.
Enrique Peña Nieto debe entender que no es un Presidente de la República para ser amado, aplaudido o querido, sino un mandatario para gobernar, algo que quizá no les guste a muchos porque el cargo implica tomar decisiones que no son populares. El Presidente evidencia cansancio y hartazgo por los problemas que son propios de un encargo en el que tiene que velar por la seguridad y el bienestar de más de 120 millones de mexicanos.
Pero también hay que señalar que lleva cuatro años haciendo reformas constitucionales que no han dado y no están dando el resultado que tanto señaló en sus discursos, y que nuestra realidad no es la realidad que él esperaba. Es natural que haya entrado en una fase de desesperación, pero México necesita, hoy como nunca, un estadista y no un hombre que comience a mostrar el disgusto por los reclamos. En estos momentos es donde se tiene que mostrar el temple y el carácter.
Y cuando hablo de un estadista es porque en México pocos hay en estos momentos que tengan la estatura para ser considerados así. López Obrador no deja de ser un peleador callejero, y estadista nunca será. El tamaño de quienes hasta ahora han manifestado sus intenciones de contender por la Presidencia de la República es nimio. Eso me hace pensar que los problemas no terminarán en el corto plazo. Al tiempo.