Sin lugar a dudas México sigue siendo un país sui generis, por no decir único en el mundo por todas las peculiaridades que presenta en su quehacer cotidiano. Pero también debo señalar que no se parece a nadie porque el primer requisito a cubrir para ello sería que en otras latitudes existieran grupos sociales que hicieran cosas como las hacemos los mexicanos, que piensen como pensamos los mexicanos, y que tomen decisiones como las tomamos los mexicanos.
Uno de esos ejemplos que motivan a cualquiera a escudriñar nuestra cotidianidad son la toma de las decisiones grupales, porque somos tan peculiares que nos agarramos de cualquier pretexto para provocar una nueva cadena de sucesos más, y a partir de ello hilvanamos decisiones colectivas que impactan en determinados sectores sociales. Un ejemplo de ello es el futbol, y aunque tenemos a los equipos que hacen ricos a los jugadores por los altos salarios que pagan, los resultados en el ámbito internacional son magros, pero seguimos pagando como si fuéramos los mejores.
Lo mismo ocurre en el ámbito del ejercicio político, porque tenemos una encumbrada clase partidista que recibe salarios estratosféricos y aparte de ello hurta los caudales públicos con singular alegría y seguimos votándolos, admirándolos, respetándolos, conservándolos y enriqueciéndolos cada día más aunque nos sigan saqueando de forma cínica y desvergonzada. Vaya, pareciera que siempre estamos ante la disyuntiva de meterlos a la cárcel o seguir manteniéndolos, y optamos por la segunda, porque somos una sociedad acostumbrada al hurto y al saqueo desde que decidimos formar una nación.
Santiago Nieto Castillo era fiscal especial para Delitos Electorales, pero un día se le ocurrió filtrar datos de una investigación, lo cual está severamente prohibido por la legislación mexicana, y fue cesado por Alberto Elías Beltrán, quién ocupa la titularidad de la Procuraduría General de la Republica ante la renuncia de Raúl Cervantes, quien seguramente se hartó con la forma tan vil con que fue atacado y estereotipado por las oposiciones para evitar que recibiera el nombramiento de fiscal general de la Nación.
Poco le importa a las oposiciones quebrantar el orden institucional con tal de seguir desgastando al partido en el poder. El fin justifica los medios, dicen quienes pretenden interpretar parte de la doctrina política de Nicolás Maquiavelo, pero lo que en realidad esconden es la clara intención de mantenerse en el poder para seguir medrando de los recursos públicos y formar parte de esa “casta divina” de políticos encumbrados y ricos gobernantes.
Por desgracia en este país la política siempre tiene que ver con la riqueza. El problema es que esos hombres y mujeres que se dedican al servicio público siempre nos endilgan prédicas reivindicatorias que nunca veremos plasmadas en las leyes, y la razón es que nadie en su sano juicio pondrá en la letra de la ley una disposición que lo lleve a la cárcel. Las reyertas políticas siempre tienen precio, ¿o acaso ya se nos olvidó cuando el prócer tabasqueño le quitaba “para la causa” el veinte por ciento del salario a los más de ciento cincuenta mil trabajadores del Gobierno del Distrito Federal? Al tiempo
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