Los mexicanos tendremos que elegir en medio de una disputa que ha comenzado a unir la inquina con la diatriba, y la difamación con la mentira en las plazas públicas. Al parecer, la mayor parte de los mexicanos se ha colocado del lado de quien hace
tiempo se autodefinió como “El Salvador de la Patria”, por lo que se apresta a ocupar el cargo de Presidente de la República sin que hayamos siquiera acudido a las urnas. Hasta ahora, Andrés Manuel López Obrador se ha convertido en el mayor especialista de la descalificación.
Encabeza las preferencias electorales y sabe muy bien cuáles son los momentos propicios para lanzar diatribas, epítetos, embustes, falacias y engaños, pero eso muestra y demuestra una brutal carencia de honor y respeto por los adversarios.
Y es a ellos a quienes ha circunscrito a la difamación, la calumnia, y la adjetivización que el vulgo celebra en las plazas públicas porque se le ha ocurrido que así tiene que ser la nueva concepción del ejercicio político.
Si de algo podemos tener seguridad los mexicanos es que ese pueblo que ha colmado los espacios públicos durante sus recorridos en los últimos doce años, ha sido envenenado, y mucho nos costará en el futuro inmediato rehacer el tejido social que se ha venido deshaciendo con su diferenciación entre ricos y pobres, entre pirruris y desposeídos, entre hombres y mujeres rudos y fifís. Dividir a una sociedad con referencias clasistas me parece el peor camino que un político pudiera elegir, pero ha logrado su propósito.
Para Andrés Manuel López Obrador el honor no existe, es algo que le estorba y, por consecuencia, tampoco es adepto a la decencia y la honestidad. Su lema “Por el bien de todos, primero los pobres”, solamente fue un instrumento propagandístico, porque si algo nunca le ha preocupado es la pobreza, pero ha dado muestra de su infinita habilidad para disponer del dinero público. Su clasista irresponsabilidad ha acumulado odio por todas las latitudes del país, pero también hay que señalar que quien siembra vientos cosecha tempestades.
Desconozco hasta dónde sea capaz de llegar con tal de alcanzar el poder, pero lo que nos tiene que preocupar a todos es el escenario del día después. Iniciar un proceso de recomposición y reorganización social no resultará fácil, y menos por esa diferenciación clasista que el tabasqueño comenzó a realizar hace muchos años. Lo peor es que si se empecina en mantener esa presión contra los sectores productivos del país a través de un ejército de hombres y mujeres jóvenes, becados simplemente para obedecer ciegamente las disposiciones del líder, este país se puede convertir en un infierno.
Las condiciones del posible triunfo de Andrés Manuel López Obrador están dadas por la inconformidad popular, pero también por la diferenciación clasista en que dividió a los hombres y mujeres de este país. Por ahora la unidad que cimentamos por mucho tiempo mediante principios, valores y aspiraciones, está rota. La siembra del odio ha sido efectiva. El problema será reconstruir eso que fuimos y que hemos sido: ciudadanos plenos cuya principal característica ha sido la voluntad de caminar unidos. Al tiempo.