Sin lugar a dudas la base fundamental de un esquema gubernamental que inicia, la constituye la serie de proyectos y programas que se diseñaron de acuerdo a las
necesidades de las poblaciones en cada una de las entidades federativas, o de acuerdo a la conformación de algunas regiones que abarcan dos o más estados, como es el caso de las Huastecas, y que se pondrán en práctica al inicio de la operación de la administración que resultó ganadora de la elección presidencial.
Para decirlo mejor, el diseño de los planes y programas surge de las diversas necesidades detectadas durante el lapso de las campañas, y posteriormente de los estudios de viabilidad que los expertos realizan una vez que quienes toman las decisiones han acordado llevarlos a cabo, como parte de la oferta que hacen los candidatos para acumular un caudal de votos en suficiencia para alcanzar el triunfo. Quizá esa sea la principal causa de la tendencia verborréica de los candidatos de todos los partidos políticos.
Pero una cosa son los proyectos realizables y alcanzables, y otras las decisiones del momento, los programas derivados de la efusividad propia de los tumultos, o la oferta fácil de conformidad al público que se tiene enfrente, y otra muy diferente es la viabilidad presupuestaria de lo que se dice en los discursos. En eso radica la diferencia entre la fantasía y la realidad, y es lo que le está pasando a Andrés Manuel López Obrador con sus propuestas faraónicas que hablan más del desconocimiento que de la posibilidad de hacerlas realidad.
Pongamos un solo ejemplo: el Ferrocarril Maya. Supuestamente correrá por cinco estados y conectará a los principales centros del mundo antiguo que se encuentran inmersos en una de las selvas más espesas que existen sobe la faz de la tierra y, por lo mismo, quizá inexpugnables para quienes se encargarían de la elaboración de cada una de las fases del proyecto, y del levantamiento topográfico para determinar la ruta de las vías, pero sobre todo, las condiciones geográficas y físicas a las que se enfrentará el personal designado.
Hasta ahora el presupuesto para la obra ha sido considerado de forma aproximada, y los presuntos especialistas lo han tasado en cerca de 150 mil millones de pesos, lo que habla de la ignorancia manifiesta de los principales colaboradores del presidente electo, ya que a decir de quienes conocen el tema un ferrocarril de esas características y para ese recorrido que se tiene planeado difícilmente será construido con esa cantidad de dinero, porque se requerirá más del doble.
Y no se trata de que saldrá barato porque no habrá corrupción, que ha sido el discurso para la salida fácil y principal del tabasqueño, porque hasta ahora quienes saben del tema y de los posibles costos, señalan que una obra de esa magnitud no puede ser calculada tan fácilmente sin conocer la topografía y la conformación de los terrenos que para ello se asignarán.
Qué bueno que Andrés Manuel López Obrador quiere acabar con la corrupción, qué bueno que tiene intenciones de hacer grandes cosas, pero qué malo que no entienda que las cosas no se pueden materializar con cálculos ocurrentes ni fantasiosas ambiciones. Al tiempo.