Me parece que el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, pudiera ser protagonista de uno de los caprichos más costosos de la historia del país y, lo peor, aconsejado por un hombre muy cercano a él desde que se convirtió en su
constructor favorito, durante su paso al frente del gobierno de la Ciudad de México. El Grupo Riobóo es ahora el encargado de realizar los análisis para determinar la construcción del nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México en Santa Lucía.
José María Riobóo ha sido investido como asesor presidencial, y hay que señalar que asume su papel a cabalidad, porque incluso ya sale a enfrentar a los medios de comunicación. El señor Riobóo es un destacado empresario de la construcción, pero de ahí a que tenga la capacidad de tomar decisiones acerca de la viabilidad de Santa Lucía como terminal aérea del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, me parece un tremendo error del señor López Obrador, porque no existen estudios serios que le otorguen sustento científico a la decisión.
El problema de la construcción del tan mencionado aeropuerto, es que no es un asunto de menor importancia, es más, debiera tener la repercusión de un asunto de Estado por lo que está en juego. Y no me refiero simplemente a lo que pudiera ocurrir por el escaso margen de maniobrabilidad en el espacio aéreo, sino por la edificación de ese futuro cercano del altiplano del país que por ahora sigue siendo una de las manchas urbanas más grandes y pobladas del mundo.
Por cierto, Cancun tiene cuatro terminales aéreas, están en el mismo complejo aeroportuario, y recibe con suma comodidad al mayor número de visitantes del país. Por eso Texcoco.
Si algo tiene que quedar en claro, es que el señor Riobó no es especialista en el tema, porque no es lo mismo hacer segundos pisos que un aeropuerto, no tan solo por lo que está en juego, que es la vida de miles de mexicanos y extranjeros, sino por las inversiones que por consejo suyo decidieron tirar a la basura.
Si analizamos su currícula de obras durante los mandatos de López Obrador y Marcelo Ebrard en la Ciudad de México, podremos observar que su experiencia se circunscribe a proyectos ejecutivos, puentes, deprimidos, garzas elevadas, ciclovías, supervias y proyectos ejecutivos. ¿De dónde salen los diagnósticos que ha realizado?
Javier Jiménez Espriú y José María Riobóo son los artífices de la muerte del proyecto aeroportuario de Texcoco, y lo lamentarán cuando el turismo internacional abandone a la Ciudad de Mexico como destino, por la carencia de elementos que otorguen seguridad y ahorro de tiempo a los viajeros.
La grave equivocación será uno de los sellos distintivos de las decisiones adoptadas por el ahora presidente electo, Andrés Manuel López Obrador. No había necesidad de apresurar el juicio de la historia, y eso que todavía no gobierna.
Al tiempo.
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