Si algo podemos señalar de las cualidades perceptivas del género humano, es que somos eminentemente figurativos
y todo lo concebimos de acuerdo a los mensajes que recibimos de forma constante y permanente. Para decirlo mejor, vivimos en el mundo de las percepciones, y eso quiere decir que nuestras decisiones se orientan por lo que percibimos a través de los sentidos.
Las voces agradables se fijan más en la conciencia de quienes nos escuchan, o la apariencia personal que habla mucho de lo que somos, y hasta los olores y los sabores nos permiten emitir mensajes en eso que llamamos comunicación.
Si tratáramos de definir el concepto de comunicación, tendríamos que acudir al término latín “comunicatio”, que significa promover una comunidad, es decir, que es un proceso mediante el cual se transmiten información, ideas, actitudes o emociones, con la intención de lograr una identidad entre el emisor y el receptor. De lo que se trata es de poner algo en común, y eso propicia varias reacciones entre quienes emiten y quienes reciben los mensajes.
Una de ellas es la opinión pública, que no es otra cosa que el resultado de un proceso de comunicación social e intercomunicación personal que busca producir o formar una corriente de pensamiento homogénea, es decir, que la finalidad inmediata es que las personas de una determinada comunidad fijen en la mente las partes importantes de ese mensaje que es transmitido de manera verbal, oral, o de caracteres.
Pero ese fenómeno comunicativo también lleva aparejada una consecuencia más, y no es otra cosa que la imagen de quien emite el mensaje.
La imagen pública es la figura, representación, semejanza y apariencia de una cosa o persona. Y como complemento hay que señalar que es la percepción compartida que produce una respuesta colectiva, favorable o desfavorable, y que en el terreno de la imagen lo que cuenta es la percepción, no la verdad.
Es más, habría que apuntar que el ser humano es eminentemente comunicativo, y lo hace no tan solo con las palabras, también con las actitudes, el cuerpo y la mirada.
Andrés Manuel López Obrador es un hombre altamente comunicativo. Sus desplantes bucales son muy asertivos y peculiares, porque pese a que muchos abordan los contenidos de sus mismas formas discursivas, él se diferencia por la tonalidad de su delgada voz, sus silenciosas pausas, su vocación por la reivindicación de las clases bajas, pero sobre todo, porque asume a cabalidad el papel que ha moldeado a través de los años.
Así como Enrique Peña Nieto se convirtió en un fenómeno comunicativo, de la misma forma López Obrador hizo lo suyo para obtener la victoria.
El problema es que está abriendo muchos frentes de batalla, y no tan solo tendrá que usar sus mejores recursos retóricos, sino resultados inmediatos para que los mexicanos sigan creyendo en él.
La memoria colectiva es muy corta cuando después de escuchar promesas no se obtienen resultados, y Andrés Manuel López Obrador sembró metas muy altas.
De no haber resultados inmediatos las cosas pueden ponerse difíciles y es previsible que cunda decepción colectiva.
Ojalá no ocurra.
Al tiempo.
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