Definitivamente iniciamos el año sin buenas noticias. Y no es que a quienes
hacemos periodismo nos guste asumir el papel de agoreros del desastre, pero todo indica que hasta ahora no existe una línea definida en torno a las pretensiones gubernamentales de Andrés Manuel López Obrador, quien después de muchos años dedicados al activismo político y social pareciera haberse encerrado solamente en ese contexto para intentar definir lo que tiene que hacer como gobierno.
Hasta ahora resulta difícil definir la ruta que seguirá el tabasqueño en el ejercicio pleno de la Primera Magistratura, porque todavía no existe un plan de gobierno que establezca propósitos, alcances, metodologías, metas y avances, y pareciera que todo depende única y exclusivamente de lo que señale diariamente el Presidente de la República en sus conferencias mañaneras, y creo que finalmente se ha dado cuenta que no es lo mismo despertarse como Jefe de gobierno de oposición, que como Presidente de la República en funciones.
Para decirlo de otra forma, uno de los índices más importantes para cualquier gobierno son los económicos, y hasta ahora los que mayormente han sido difundidos son aquellos que se refieren a los indicadores del deterioro a causa de la desaceleración producida por la creciente incertidumbre de los mercados, el entorno negativo en materia de seguridad pública, el crecimiento de la tasa anual de víctimas de homicidio doloso, y algo en lo que muchos no han reparado, los ataques violentos en contra de políticos locales.
Y no es llamando agoreros del desastre a quienes analizan este y otros indicadores de nuestra maltrecha economía como se van a solucionar nuestros problemas, o criticando a quienes desde las oposiciones complotan contra las “buenas intenciones” de quien está intentando ese cambio que tanto hemos anhelado los mexicanos. Pero si bien es cierto que la percepción acerca de la corrupción creció desmesuradamente en los últimos meses del gobierno de Enrique Peña Nieto, también lo es que las desafortunadas decisiones de quienes integran el nuevo régimen no abonan mucho a la estabilidad financiera.
Es cierto que al final del sexenio tres cuartas partes de los mexicanos desaprobaron la gestión del Presidente Enrique Peña Nieto, pero también lo es que el desencanto se ha presentado de forma temprana por los desaciertos iniciales del Presidente Andrés Manuel López Obrador, a lo que hay que sumar que ese ejercicio diario frente a los medios de comunicación para establecer la agenda del país no está dando los mismos resultados como ocurrió cuando ocupó la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México.
Lo peor es que no existe, a pesar del cambio de gobierno, mucha esperanza en la posibilidad de una transformación significativa de las condiciones del país en el futuro inmediato. Hasta ahora la sociedad se muestra más preocupada que molesta, y mucho tendrá que hacer el Presidente Andrés Manuel López Obrador para que no cunda el desencanto, porque también los elementos relacionados con la democracia están bastante desacreditados, incluidos los partidos y los políticos. Definitivamente hasta ahora no hay buenas noticias en la mal llamada “”Cuarta Transformación”.