Pontificar todos los días le ha dado resultado al Presidente de la Republica,
pero sus ejercicios de improvisación lo han metido varias veces en serios problemas porque comete equivocaciones graves que después tiene que enmendar justificando sucesos o corrigiendo sus propias versiones. Y no es que pretenda acallar las disertaciones del señor López Obrador, simplemente es que me parece que los excesos verbales del Mandatario tienen que guardar las formas.
Durante muchos años se dedicó a verter discursos incendiarios en las plazas públicas del país, y nunca nadie le dijo algo que oliera siquiera un poco a censura. Me parece que la libertad de expresión en este país tiene que seguir siendo pilar fundamental de nuestra vida pública, de la democracia, de la enseñanza, de la preservación de nuestros valores como sociedad, pero sobre todo, garante de la cohabitabilidad que nos hemos dado alcanzando derechos que son irrenunciables.
Hasta ahora la lista de hombres y mujeres que fueron víctimas de sus dicterios o arrebatos discursivos en las plazas públicas, en los que incluso incurrió en flagrantes difamaciones y acusaciones personales con los gobernantes en turno y los actores principales de la política partidista en todos los rincones del país, sin que nadie hiciera algo o interpusiera un recurso legal contra sus deslices verbales. Es más, siempre recibió el respeto de los gobernantes locales.
Entiendo que no le haya gustado el documental que habla de las expresiones populistas en América Latina, esa serie televisiva que analiza y relata los sucesos ocurridos en los lugares donde el populismo se asentó en los gobiernos de la parte sur del Continente, y también en Centroamérica, y que a la postre resultaron un brutal fracaso cuyas consecuencias están a la vista con los procesos de empobrecimiento de naciones como Nicaragua, Venezuela, Brasil, Bolivia y Argentina. Los hechos negativos ahí están y nadie puede negarlos.
Y claro que no le gustó la reseña porque lo retrata tal cual en sus etapas de activista social opositor, y la forma en que tomaba por asalto las plazas públicas para increpar, acusar y denostar a los gobernantes de los partidos políticos que en el pasado le dieron la oportunidad de utilizar sus siglas y sus estructuras para hacer crecer su figura y su proyecto político personal. Hoy los dirigentes de esas fuerzas políticas lamentan haberlo permitido y padecen la estigmatización de los dicterios que el tabasqueño utiliza para referirse a ellos.
Pero también está en franca contienda verbal con aquellos que hicieron los libretos de la serie televisiva acerca del populismo en América Latina, y me parece que hasta un aprendiz de dictador lo pensaría dos veces antes de enfocar sus baterías contra la comunidad intelectual y periodística del país. Lo que yo hubiera esperado y querido es un Presidente conciliador y no un perdonavidas, un Mandatario respetuoso del pensamiento y la libertad de expresión, y no alguien que sigue pensando que es poseedor de la verdad absoluta. Creo que sus demonios siguen a flor de piel, y debiera actuar con la prudencia de un estadista. O al menos debiera intentar serlo.
Al tiempo.
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