Desconozco que pasa en el entorno cercano de Andrés Manuel López Obrador. Hasta ahora en muchas ocasiones su voluntarismo ha estado por encima de cualquier razonamiento. Hay infinidad de decisiones inexplicables, y otras que se toman contra cualquier lógica pese a las advertencias del fracaso, pero el sigue adelante porque así lo ha determinado, y no existe poder alguno que lo haga reflexionar o al menos reconsiderar lo absurdo de su comportamiento como mandatario de un país de más de ciento veinte millones de habitantes.
Poco le importa lo que digan los especialistas, o los expertos. Es su voluntad unipersonal la que se impone y desde luego que quieres pagaremos los costos seremos los mexicanos todos, afectos y desafectos, pobres y ricos, jóvenes y adultos mayores, y tengo la seguridad de que las generaciones venideras serán las más afectadas porque ellas serán las que paguen las consecuencias de la obsesión de llevar a la práctica proyectos que han sido considerados inviables e innecesarios.
Tampoco le importan los instrumentos legales que han venido utilizando aquellos que se sienten afectados, porque es su palabra y su idea antes que todo. Un ejemplo de este comportamiento dictatorial del Ejecutivo Federal es el poco aprecio que hace a un amparo otorgado por un Juez De Distrito a una comunidad indígena del Pueblo Ch’ol, y como si fuera un reto para los pueblos originarios de Chiapas, López Obrador planea un viaje a la zona en conflicto para supervisar los trabajos del Tren Maya.
Tanto es su empecinamiento por mostrar que puede violar la ley, que organizó un viaje al sureste para visitar Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo, donde ya han sido iniciados los procesos de licitación de cuatro tramos de aproximadamente ochocientos kilómetros que van de Palenque a Quintana Roo, pero lo más graves es que intentará que los pueblos originarios se levanten en contra de la disposición del máximo tribunal del país para mantener su lucha por apropiarse de la totalidad de los Poderes de la Unión.
Sin lugar a dudas la vocación centralista es la que mayormente ejerce el ahora Presidente de la Republica, sabedor de que sus huestes nunca pondrán en tela de juicio sus decisiones porque de esa peculiaridad es que ha nacido y permanecido ese talante autoritario y voluntarista que lo ha distinguido durante toda su carrera política, pero también de ese peregrinar por todas las regiones del país gastando dinero de dudosa procedencia a manos llenas.
Hasta ahora, la destrucción de los pilares fundamentales de la nación que formaron y conformaron los héroes que nos dieron patria, la defensa que de nuestra soberanía hicieron los hombres y las mujeres que rodearon e hicieron fuerte a Benito Juárez, y los principios de la lucha armada que costó la vida a más de un millón de mexicanos, es el principal propósito de López Obrador para alzarse como el único hombre capaz de gobernar un país como este. Que quede claro, no lo quiere engrandecer, lo quiere gobernar como lo hacen sus amigos populistas del Cono Sur, y que para desgracia de los mexicanos nos llevará a la miseria par que dependamos de las dádivas gubernamentales. Ese es el verdadero proyecto. Al tiempo.
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