Hay que reconocerlo, en México tenemos un Presidente de la Republica que utiliza la tribuna pública para ensayar los actos del circo con el que ha mantenido durante dos años la atención de los mexicanos.
Ya se volvió predecible porque las rutinas siguen siendo las mismas, con los mismos actores que ya conocemos, y los mismos resultados que hemos visto. Hasta ahora ese circo, al igual que el propio Presidente de la Republica, requieren de una mejora, o quizá de nuevos actores que entretengan al vulgo y que muestren el principal producto de la Cuarta Transformación que no es otra cosa que el engaño.
El circo mañanero es el proceso de ideologización masiva más acabado de los últimos años, y no sé si el “Prócer de los pobres” tenga una nueva fórmula porque habrá que decir que de tantas repeticiones la gente comienza a decepcionarse. Y es que cada día recibe menos por lo mucho que le ha entregado. Pero así es la demagogia, un proceso inacabable de falsas promesas y halagos generalizados al pueblo bueno para convertirlo en un instrumento de su ambición política. Andrés Manuel López Obrador ha hecho de los mexicanos el principal sustento de su cazaría dictatorial.
En su populismo rampante sigue utilizando la conciencia colectiva para que entiendan que solamente él es quien puede defender sus aspiraciones. Por desgracia las cosas no le han ido bien. Ha entregado muy malas cuentas porque el crecimiento del seis por ciento anual prometido ha sido una entelequia que solo existe en su imaginación y en su discurso. Esa es la esencia del populismo, peroratas destinadas a ganar la simpatía de la población aún a costa de tomar medidas de contrarias a la democracia.
El liderazgo carismático que ha ha venido utilizando también es una de las peculiaridades del populismo, de ahí que constantemente fluyan las frases en las que interpreta el sentir de la gente para defender a la patria, a la nación, al pueblo bueno. Es constante la utilización del nacionalismo como su principal base discursiva. La democracia es una forma de organización del Estado en el cual las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación directa o indirecta que confieren legitimidad a sus representantes, pero por ahora la democracia es solamente su palabra.
Ahora el coro popular es la esencia de esa forma de democracia que el “Prócer” concibe, y lo que hace el populista rampante que ocupa Palacio Nacional es tomar decisiones a mano alzada con una nimia representación de ciudadanos. Para él eso basta y sobra para tomar determinaciones que en la mayor parte de las veces han afectado considerablemente los equilibrios sociales que resguardan las leyes. Ni que decir de sus arranques democráticos como único sustento de decisiones que afectan a todo el país.
Para decirlo más claro, el presunto “demócrata” que despacha en Palacio Nacional no es más que un falsario que aprovechando la ignorancia de muchos y la perversidad de quienes lo acompañan busca socavar los cimientos del Estado de Derecho y los principios democráticos surgidos de un régimen basado en un movimiento social que tuvo por costo un millón de vidas. Pero eso no le gusta porque siempre ha mostrado un cariz totalitario. Hasta ahora siempre se ha dicho que México ha sido democrático de acuerdo a la vocación de quien detenta el poder, el problema que ahora vivimos es que esa democracia se convirtió en un absolutismo personalista. Pero no hay mal que dure seis años, y lleva dos. Al tiempo.
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