Siempre presume un billete de doscientos pesos que trae en su cartera. Siempre habla de austeridad cínicamente cuando todos conocemos su forma de obtener dinero para mantener una campaña de dieciocho años pululando por todo el país
y hablando mal de los de enfrente. Siempre se ha señalado como un hombre probo, que vive en la medianía con las aportaciones de la gente que generosamente cooperaba para consolidar un proyecto social más justo y alejado del neoliberalismo. Para decirlo más claro, siempre miente, es un mentiroso compulsivo y cínico a la vez que corrupto.
Si definiéramos el significado de corrupción, diríamos que consiste en el abuso del poder para beneficio personal o grupal, y según lo establece la la propia Secretaria de la Función Pública, consiste en “los actos cometidos en los niveles más altos del gobierno que involucran la distorsión de políticas o de funciones centrales del Estado, y que permiten a los Lideres beneficiarse a expensas del buen comun”. Y para complementar el concepto, la propia dependencia establece a la corrupción política como la “"manipulación de políticas, instituciones y normas de procedimiento en la asignación de recursos y financiamiento por parte de los responsables de las decisiones políticas, quienes abusan de su posición para conservar su poder, estatus y patrimonio”.
Como podemos observar, eso que se señala en los documentos centrales de la Secretaría de la Función Pública es lo que hasta ahora ha realizado el Presidente de la Republica, con el agregado de la disposición de los caudales públicos evadiendo la observancia no tan solo de la dependencia garante de la lucha contra la corrupción y la discrecionalidad del dinero de los mexicanos, sino operando de forma cínica y delincuencial suprimiendo programas y cancelando instituciones que hasta ahora habían venido atendiendo a las necesidades de los grupos más desprotegidos.
Condenar a los niños con cáncer a una muerte irremediable es un delito de lesa humanidad, pero poco le importa al inquilino de Palacio Nacional porque su ambición de poder y de riqueza lo ha hecho concentrar en sus manos los caudales de la nación que son propiedad de los más de ciento veinte millones de habitantes que tiene este aún maravilloso país. Pero como dicen por ahí, en la vida todo se paga, y hasta ahora el rechazo al Presidente de la Republica sigue ensanchándose, y la muestra la hemos podido observar en los diferentes videos que los mismos mexicanos suben a las redes sociales, y en los que se observa y se manifiesta la inconformidad con su voracidad y capacidad para disponer del recurso público en caprichos personales.
Los gritos de rechazo son ahora la constante, los abucheos se escuchan en todos lados, las críticas por el manejo de la pandemia evidencian que poco le importa la vida y el bienestar de los mexicanos, porque por encima de ellos está el proyecto de consolidar una dictadura comunista en este país que gracias a nuestro sistema democrático se ha mantenido unido desde que logramos consolidar la emancipación de la España Imperial. Hoy el imperio de la discrecionalidad está causando un daño irreversible a los mexicanos no tan solo por la disposición de nuestro dinero, sino por la voracidad personal de acumulación de poder de Andrés Manuel López Obrador.
México camina hacia la ruina, y eso forma parte del proyecto de permanencia del inquilino de Palacio Nacional. El simbolismo es patente, porque quito la Residencia Oficial de Los Pinos para aposentarse en uno de los palacios más bellos del mundo imitando a Reyes y Emperadores. Si piensa que los mexicanos somos tontos se está equivocando, ojalá recuerde las luchas del pasado, porque la historia indica que ante el despotismo ha sido el pueblo el que ha tenido que tomar las riendas de su propio destino. Ese “pueblo bueno” al que siempre acude en el discurso populista, también piensa, también valora, y también castiga. La historia lo colocará en el sitial que le corresponde, y lo más probable es que sea en un poco honroso lugar. Así de simple. Al tiempo.
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