El presidente de la desgracia

Indiscutiblemente Andres Manuel López Obrador no ha sido un buen Presidente de la República en los dos primeros años de ejercicio gubernamental. Y no se trata de desgastar aún

 más su figura, que por cierto tiene un desgaste brutal pero no quiere aceptarlo porque es un recurrente consuetudinario de los ““otros datos”. 

En días pasados el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, dio a conocer que de las cuatro millones novecientas mil empresas micro, pequeñas y medianas que había en el año 2019, sobrevivieron 3.85 millones, lo que indica que hasta ahora han cerrado un millón diez mil ochocientos cincuenta y siete establecimientos, lo que significa una catástrofe en materia de pérdida de empleos.

Pero eso poco le importa al residente de Palacio Nacional, donde se siente mejor y más cómodo cuál reyezuelo de país bananero, porque la Casa Presidencial no iba con sus aspiraciones de mantenerse por tiempo indefinido en el poder. Y no le importa porque el se mantiene siempre en la trivialidad que le otorgan los ““otros datos”, esa simple expresión con la que busca marcar distancia cuando no cuenta con razonamientos que puedan refutar las afirmaciones del organismo encargado de mantener los datos al día de lo que ocurre en uno de los sectores más importantes de la economía nacional.

Para decirlo en términos más claros, eso quiere decir que el 20.81 por ciento de las fuentes de trabajo de este país han cerrado sus puertas a causa de la crisis económica provocada por la pandemia, y ante la cerrazón gubernamental de no invertir en el rescate o en préstamos de corto y largo plazo para que las empresas se mantengan vigentes, la crisis económica y social está a la vuelta de la esquina. Lo peor de todo es que con esa circunstancia también se perdieron tres millones de plazas laborales, es decir, que ahora tenemos tres millones de jefes de familia sin saber qué hacer para darle de comer a sus hijos, para el pago de las rentas de la mayor parte de ellos, y de los implementos que se piden en las escuelas a las que asisten los infantes.

Como siempre, Andrés Manuel López Obrador escurre el bulto y demuestra su mendicidad personal y la de su gobierno al negarse a brindar los apoyos para el mantenimiento de la planta laboral que al fin y al cabo es la que genera parte importante de la riqueza que capta el Estado Mexicano a través de las tasas impositivas de empresarios y trabajadores. Eso quiere decir que no tiene ni la mínima idea de la forma en que se tiene que manejar una crisis económica y mucho menos de los incentivos gubernamentales que se debieran otorgar para que no se sigan perdiendo las de por sí menguadas plazas de trabajo, tan necesarias para detener el empobrecimiento de la mayor parte de los mexicanos.

Sus excusas se basan en trivialidades genéricas, porque aduce que no se ha caído el consumo, que se están recuperando los empleos, que no hay escasez de alimentos, que no hay carestía de la vida, que la gasolina tiene un mejor precio, y que se ha dado información de cómo se va recuperando el país desde el mes de agosto. La mentira se ha convertido en la identidad de López Obrador. Hace dos meses se realizó la contabilidad de cuántas mentiras había vertido en sus conferencias mañaneras, y la suma total fue de más de treinta y dos mil ocasiones en que falseó la verdad, es decir, la cambio por una más de sus mentiras, lo que lo convierte en el mandatario más mentiroso no tan solo de la historia de este país, sino hasta del mundo entero. Para decirlo más claro, el síndrome del mentiroso compulsivo es el perfil más fuerte de la personalidad del Presidente de la Desgracia.

El problema es que este tipo de circunstancias no le importan, y los pobres le valen un soberano cacahuate, a menos que se afilien a su catálogo de apoyos con el compromiso de que sigan votando a los candidatos del Movimiento de Regeneración Nacional. La crisis que Andres Manuel López Obrador está construyendo para este país, lo hará aparecer en los anales de la historia como el Presidente de la desgracia, como el hombre que dispuso discrecionalmente de la riqueza que generan los mexicanos en sus ambiciones personales de mantenerse en el poder. Su voracidad populista no tiene límites, y de no haber un razonamiento homogéneo entre los mexicanos acerca de lo que está ocurriendo, trabajo que que tendrían que asumir todos los partidos de la oposición, el desastre está a la vuelta de la esquina y tendremos por premio una realidad similar a la de Venezuela. Así de simple el desastre que se avecina. Al tiempo. 

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Lic. en Derecho por la UNAM. Lic. En Periodismo por la Carlos Septien. Conferencista. Experto en Procesos de Comunicación. Expresidente de la Academia Nacional de Periodistas de Radio y Televisión, Miembro del Consejo Nacional de Honor ANPERT, con 50 años de experiencia en el periodismo.