Si algo tenemos que decir de Andrés Manuel López Obrador es que en su ADN y su naturaleza personal trae los genes de la discordia, del reclamo, de la
diatriba, la acusación vana y pueril, sin fundamentos, de los enemigos que buscan detener su presunta “Cuarta Transformación de la Vida Pública”. Todo el tiempo se obsesiona por tildar como adversarios a todos aquellos que no comulgan con sus opiniones, y a quienes pretende convertir con la doctrina de la obediencia ciega, porque no necesita aliados, solamente hombres y mujeres que hagan exactamente lo que él dispone. Quienes no acatan la norma, son excluidos de inmediato y terminan defenestrados.
Lo que más le genero posibilidades de crecimiento durante su periplo por todo el país ha sido sin duda la diatriba, lanzar epítetos y acusar sin pruebas a los gobernantes del momento, a quienes extorsionaba para mantener vigente su movimiento, es decir, los mismos gobernantes locales y municipales le entregaban generosas cantidades de dinero para que en sus constantes concentraciones no hablara mal de ellos, y así fue como forjó ese mito del hombre que necesitaba este país, y que ahora nos hemos dado cuenta de que cuando los pueblos se equivocan la desgracia es evidente.
El éxito de Andrés Manuel López Obrador radica en ese nicho que siempre cuidó y que despertó temor en los hombres y mujeres que ejercían el poder en los diversos poblados de la geografía mexicana. Los presidentes Municipales le entregaban grandes cantidades de dinero para que no hablara mal de ellos en sus concentraciones, y después que fue ganando fama, el dinero comenzó a abundar, porque ahora no solicitaba apoyo, extorsionaba a quienes detentaban las cuotas de poder, y hay de aquellos que se negaran a sus requerimientos, porque recibían una andanada de epítetos brutales con el aderezo del odio que siempre supo sembrar.
Pero lo peor de todo es que los mexicanos se han acostumbrado a esa particularidad de la vida pública, y de ella han vivido muchos partidos políticos que nacieron y se hicieron satélites del Movimiento de Regeneración Nacional, que no es otra cosa más que una masa amorfa de hombres y mujeres que reciben dinero desde las estructuras gubernamentales para que sigan siendo parte de ese ejército de adoradores de la figura presidencial, porque el inquilino de Palacio Nacional necesita incondicionales y no adeptos.
Aun así, como dicen por ahí, nunca habrá dinero en suficiencia para satisfacer a las masas cuando pretenden mantenerse como beneficiarios de proyectos y programas sin dar nada a cambio más que la lealtad, y es en ese momento cuando los problemas recaen con mayor peso en el líder y pasan a convertirse en dolores de cabeza para los detentadores del poder, quienes además solamente saben buscar financiamientos antes que intentar reconvertir los factores productivos porque toda su vida pública han dispuesto y exigido fondos públicos a quienes gobernaban.
No va a tardar mucho el Presidente de la República en poner a imprimir la maquinaria de la fábrica de dinero, como ha ocurrido en todos los gobiernos populistas del Continente, pero a la par incrementará su radicalismo y se asegurará de que el encono se manifieste en esas masas de adeptos y beneficiarios de los programas sociales, quienes serán su principal base para manipularlos y confrontarlos con quienes no se adhieran en favor de su proyecto. Así ocurrió en todos los países populistas del Continente, pero si algo pueden hacer los mexicanos, porque lo han hecho en el pasado, es copar la sede del poder, y seguir sitiando a Palacio Nacional, aunque el sátrapa coloque vallas. Y cuidado cuando el rencor sale a flote. Al tiempo.
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Lic. en Derecho por la UNAM. Lic. En Periodismo por la Carlos Septien. Conferencista. Experto en Procesos de Comunicación. Expresidente de la Academia Nacional de Periodistas de Radio y Televisión, Miembro del Consejo Nacional de Honor ANPERT, con 50 años de experiencia en diversos medios de comunicación.