Sin lugar a dudas, este sistema político tan nuestro ha sido vilipendiado constantemente por los desplantes de quienes por muchos años se enseñorearon
en el poder ejerciéndolo de manera unipersonal, y sintiéndose dueños de la mayor parte de los mexicanos que confiaron ciegamente en los postulados de una ya lejana Revolución Mexicana que nunca logró consolidarse para otorgar a los ciudadanos mejores condiciones de habitabilidad, y sobre todo de oportunidades laborales que les permitieran una vida mejor.
Si bien es cierto que los herederos de los postulados de esa ya tan lejana Revolución Mexicana se enriquecieron a costa del erario público, también lo es que si de algo pueden preciarse es de la estabilidad que durante mucho tiempo prevaleció en el país, otorgándole rumbo y crecimiento económico, que aunque en algunas ocasiones no llegaban a las clases menesterosas, lograban paliar las necesidades más apremiantes de los sectores desfavorecidos que por su circunstancia nunca pudieron aspirar más que a la sobrevivencia.
Con todo y los defectos de la ineficiencia y la corrupción, los mexicanos mantenían un proyecto aspiracionista que se consolidaba principalmente en las instituciones de educación superior, que desde su formación dieron causa y cauce real a muchos jóvenes que egresamos de las escuelas profesionales de las dos principales instituciones educativas: el Instituto Politécnico Nacional y la Universidad Nacional Autónoma de México. Y esas generaciones hemos reconocido que efectivamente somos aspiracionistas.
De acuerdo a la definición de la Real Academia Española la palabra aspiración es una acción o efecto de pretender o desear algún empleo, dignidad u otra cosa. Algo diferente de lo que el presidente de la Republica tachó como “individualismo”. Pero habrá que decirle a quien por ahora rige los destinos del país que ser aspiracionista no necesariamente es un sinónimo de egoísmo, como se lo hicieron saber infinidad de ciudadanos a través de las redes sociales al mismo Andres Manuel López Obrador, compartiendo historias de éxito y trabajos como una forma de protesta.
Bien dicen algunos mexicanos que mientras las clases medias apoyaron a Andrés Manuel López Obrador era una clase muy buena e inteligente. Por desgracia las cosas cambiaron, y ahora les pide que sigan su camino como aspiracionistas que quieren triunfar a toda costa, pero son hipócritas y clasistas porque “dejaron de apoyarlo”. Vaya con el mandatario que odia a las clases medias, y eso quiere decir que el señor López Obrador observa la forma en que más del treinta y nueve por ciento de los mexicanos lo odia simplemente porque son aspiracionistas o de clase media.
Y desde luego que el señor Mandatario tiene una visión sesgada, porque no ve aspiracionismo alguno en su hijo menor que compra zapatos tenis con un valor de ciento veinte mil pesos, como lo han registrado diversos medios de comunicación. Pero desde luego que su hijo no es un aspiracionista, porque él nació y creció en cuna de oro, y por eso es distinto y no se le debe criticar jamás. La retórica presidencial tiene un elemento muy importante, y no es otra cosa que el odio contra aquellos que por su preparación y talento no creen en sus postulados y menos en sus mentiras de todos los días, que por cierto ya rebasan las setenta mil. Así de simple. Al tiempo.
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Lic. en Derecho por la UNAM. Lic. En Periodismo por la Carlos Septien. Conferencista. Experto en Procesos de Comunicación. Expresidente de la Academia Nacional de Periodistas de Radio y Televisión, Miembro del Consejo Nacional de Honor ANPERT, con 50 años de experiencia en diversos medios de comunicación.