No es fácil para un gobernante transitar con un proyecto de gobierno definido de acuerdo a lo que se piensa que debe ser la solución a los diversos problemas de un país, y que al momento de enviar el proyecto de presupuesto a los diputados éstos decidan sujetar el gasto público a las prioridades que ellos piensan o creen deben ser resueltas de inmediato, a las inversiones que consideran importantes de mediano plazo, y a los asuntos que presuntamente deben ser implementados en el largo plazo.
La falta de concordancia entre quien gobierna y quienes autorizan o etiquetan el gasto público puede generar no tan sólo una disfunción en las instituciones, sino una entropía sistémica que dé al traste con cualquier proyecto de gobierno por muy bueno que éste sea, por muy bien planeado que esté, o simplemente porque a alguien se le ocurre que por el hecho de ser oposición es su obligación derribar cuanto intento de avance de quien ejerce el Poder Ejecutivo.
En la política tercermundista que se practica en países como el nuestro así son concebidas las cosas, y eso es lo que ha propiciado que sigamos en la guerra inútil desde hace algunos años. Por eso esos gobernantes que se ven afectados buscan la manera de evadir las disposiciones impuestas por las mayorías parlamentarias o minorías empoderadas que intentan sujetar al ejecutivo al muy particular punto de vista de sus directivos. Para realizar un proyecto de gobierno acorde a la concepción del que ha sido elegido se requieren muchas cosas, y entre ellas la manera de disponer de los recursos propios sin que exista forma de que se les imponga una camisa de fuerza. Por eso Vicente Fox Quesada inauguró una nueva forma de aplicación del gasto público.
Fox sabía que entre PRI y PRD evitarían que el gasto público fuera aprobado de la manera en que lo propuso al Congreso, y prefirió dejar de gastar sabedor de que si algo no pueden hacer los señores diputados es disponer de los recursos de los subejercicios. Para decirlo de otra forma, esos recursos que se quedan sin gastar son dispuestos en el ejercicio del año siguiente de forma discrecional porque ya no pueden estar bajo la tutela de los señores diputados. Solamente el ejecutivo es quien puede determinar los rubros en que tienen que ser aplicados y normalmente lo hacen para capitalizar el proyecto de gobierno con base en los principios ideológicos del partido que los llevo al poder. Vicente Fox utilizó la figura de fideicomisos para asignar discrecionalmente el dinero a los proyectos que pensó prioritarios para su gobierno. Aunque también hay que señalar que hubo dinero que no fue comprobado y hasta ahora la cuenta pública del 2002 sigue sin autorizarse.
Pareciera que Enrique Peña Nieto pretende recorrer el mismo camino de Vicente Fox Quesada en el tratamiento del dinero que seguramente no se gastará por esta ocasión. Mucho se ha señalado que al no haber mayorías estables en el Congreso no hay forma de que alguien pueda tener la capacidad de colocarse con el proyecto adecuado para que los congresistas lo aprueben sin dilación. Peña sabe que sus proyectos no han pasado en el Congreso por esa tónica existente en el sistema político mexicano desde hace algunos años en el sentido de que las oposiciones deben tener la capacidad de evitar el avance de quien gobierna. De ahí que no exista dinero en la mayor parte de las arcas públicas porque ese dinero etiquetado no se gastará y se irá a los subejercicios. Es la única forma que ahora tienen los gobernantes de este país para la realización de sus proyectos, y Peña hará lo propio porque no le han dejado otro camino. Al tiempo. This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.