Un dicho popular muy mexicano señala. “el que no arriesga no gana”, y se refiere a la natural vocación que tiene el mexicano para colocar en una apuesta lo que se denomina “el resto”, es decir, lo que queda después de una juerga o de una noche “tentando” a la suerte. Las apuestas son muy mexicanas, y están arraigadas en los deciles más
desprotegidos de la población, quienes son los que más invierten en juegos y sorteos con tal de salir fácilmente de su difícil condición de pobreza. Esperanza al fin, que es lo mismo que venden los políticos, pero la diferencia es que la fortuna puede en algunas ocasiones dar mejores resultados que los gobernantes, o quizá llegar en menor tiempo. Apostar significa arriesgar, y también forma parte del comportamiento habitual de aquellos que decidieron abrazar una carrera pública con la convicción de ayudar a los pobres a salir de su ignominia.
Hay quienes arriesgan poco, mucho o todo, y tanto en el ejercicio público como en las apuestas el riesgo es más alto que la posibilidad de ganar la apuesta. Cuando se arriesga en el juego, el dinero que se pierde es propio o prestado, pero en política no se puede arriesgar demasiado porque lo que se pierde es de la gente. Tampoco se puede pedir prestado, y lo que se arriesga es prestigio y resultados. Por eso en los últimos treinta años los gobernantes de este país han perdido la capacidad de arriesgar para ganar como en su momento lo hiciera Carlos Salinas de Gortari frente a los procesos de la globalización. Hoy el tratado de libre comercio con estados Unidos y Canadá es fundamental para la economía del país.
Enrique Peña Nieto llegó a la Presidencia de la República y decidió arriesgar. De ahí las negociaciones del llamado Pacto Por México que determinaron el rumbo de las reformas estructurales que poco a poco han ido tomando forma. No es fácil para un Presidente tomar decisiones buscando cambiar el rostro de un país entero, pero era necesario ante un nacionalismo que ya no garantizaba nada. De poco le sirve a México tener la riqueza petrolera enterrada cuando las energías limpias están cada día más cercanas a través de la conversión del viento y el sol en electricidad. O sacamos esa riqueza y la vendemos o tendremos que dejarla ahí por el resto de los días.
Enrique Peña Nieto decidió arriesgar porque este país necesita un nuevo rostro. Ya no podemos vivir lamentando nuestras desventuras e incrementando cada día más el número de pobres. Hace treinta años que Salinas de Gortari decidió adherirse a un Tratado de libre Comercio, y hay que reconocer que acertó pese a que sus detractores nunca se han cansado de denostarlo. Lo mismo le puede ocurrir a Enrique Peña Nieto, pero tiene la ventaja de haber iniciado temprano y lo previsible es que los resultados se comiencen a visualizar en menos de tres años, lo que quiere decir que al final de su mandato puede alcanzar la aceptación plena de la mayor parte de los mexicanos. De ser así, no se habrá equivocado. Ya pasó a la historia por haber llegado a la Presidencia de la República, pero quiere más que eso y apuesta a que lo logrará. Si le va bien a Peña, nos va bien a todos. Ojalá le vaya bien. Al tiempo. This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.