Es cierto, resulta absolutamente inusual que el presidente de un país y más aún uno de México pida perdón. El reconocimiento de que como humanos también son susceptibles del error, la pifia y la equivocación se lleva poco o nada con el poder. Así que el solo hecho de que el presidente Enrique Peña haya aceptado, reconocido pues, con
“humildad” que se equivocó en el caso de la famosa Casa Blanca, tiene algún mérito y lo coloca en el ámbito de la humanidad. Bien hasta allí.
Pero algo más debió haber hecho el presidente Peña tras invocar el perdón de los mexicanos, tan lastimados, tan agraviados por el poder político de este país a lo largo de muchas décadas.
La solicitud de perdón y el reconocimiento de que se incurrió en un error, son dos conductas encomiables, valiosas y hasta pedagógicas en el campo de la moral y la ética.
Pero faltó a Peña acompañar su discurso de una acción contundente, de un golpe de timón o de un manotazo en la mesa. Ya lo dijo Baltazar Gracián, aún en otro contexto. Las opiniones son libres, los hechos son sagrados. Dicho de otro modo, la palabra tiene un valor, el hecho uno mayor.
Los asesores del presidente se quedaron cortos si es que emitieron su opinión a favor de que Peña invocara el perdón. Les faltó decirle que para redondear el discurso había que acometer un hecho contundente.
Quizá pensaron que con la presentación del denominado Sistema Nacional Anticorrupción (SNA) bastaba para apuntalar la palabra presidencial. Se quedaron cortos.
Hace años, en otro contexto, el entonces presidente José López Portillo invocó el perdón de los desposeídos. “A los desposeídos y marginados si algo pudiera pedirles, sería perdón por no haber acertado todavía a sacarlos de su postración”, dijo López Portillo en su discurso inaugural el 1 de diciembre de 1976. Seis años más tarde y pese a su promesa de defender el paso “como perro”, ya sabemos lo que pasó y el descrédito que aún hoy pesa sobre su imagen política .
En el caso de Peña, un presidente acosado y con su popularidad muy disminuida –apenas 29 por ciento lo avala- su pedido de perdón sería si acaso un gesto positivo, pero insuficiente y más aún, peligroso si es que no se acompaña de hechos concretos y palmarios.
Peña corre ahora el riesgo de un mayor descrédito y aún de que se le señale de cínico. Ambos son riesgos demasiado altos para un presidente que tiene por delante casi 30 meses de brega intensa. Veremos.
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