Es un hecho. El señor Donald Trump está hoy más cerca de relevar a Barack Obama y ocupar la Casa Blanca. Es claro que tras la nominación oficial anoche jueves, Trump puede ser el próximo presidente de los Estados Unidos.
Ante esta posibilidad, mucha gente está alarmada en el mundo. México lo está mucho más porque quienes tenemos nuestras raíces en suelo mexicano sabemos que el vecino del norte nunca, si, léase bien, nunca, ha sido un buen vecino.
En febrero de 1848, cuando se firmaron los tratados de Guadalupe-Hidalgo, quedó sellada buena parte de la relación que habríamos de tener con los Estados Unidos. Los mexicanos sabemos que a lo largo de la historia esa relación ha sido compleja, difícil, tortuosa y muchas veces –casi todas- lesiva para México.
Digo esto sin ningún resentimiento histórico y mucho menos amargura por nuestro país. Ambos son sentimientos o emociones que nada aportan. Pero es claro en cambio la necesidad imperiosa que los mexicanos tenemos de conocer lo mejor posible la historia de las relaciones entre nuestro país y el coloso del norte. Una cosa más. La historia nos dice que Estados Unidos ha resultado sin duda alguna el país más depredador y agresivo de México.
Este hecho, verificable en la historia de las relaciones mexico-estadunidenses, debería sustentar la diplomacia mexicana o lo que queda de ella.
Y esa dato histórico debiera bastar para una evaluación clara de lo que nos espera con Trump, eventualmente presidente de Estados Unidos, o en su defecto de la señora Hillary Clinton.
Hasta ahora y como pocas veces antes, el presidente de México , la canciller y dos ex presidentes, han disparado dardos, más o menos ácidos, contra la eventualidad de que Trump llegue a la Casa Blanca con el argumento de que lesionaría como nadie los intereses mexicanos.
En esa campaña política en contra de Trump desde México, se tiende a creer y hacer creer que irían mejor las cosas con Clinton, una experimentada política del Partido Demócrata que ya ha intervenido en México. Si no recuérdese su papel en nada menos que la reforma energética del gobierno peñista. No es poco.
Se cree igualmente que las cosas serían mejor con Clinton por su perfil demócrata, pero se olvida que su correligionario Obama ha alentado las mayores redadas contra mexicanos indocumentados de que se tengan memoria los últimos años.
Tampoco debería olvidarse que en 1995, Bill Clinton –esposo de la virtual candidata presidencial demócrata Hillary- tendió un puente financiero a México hasta por 50.000 millones de dólares para impedir el colapso mexicano tras el famoso “error de diciembre”. La condición del puente fue el petróleo mexicano, entonces virtualmente embargado por el gobierno de Washington.
Ni Trump ni Clinton serán un alivio para México. Cambiarán los estilos y las formas si acaso.
Hace años un ex secretario de Estado de los Estados Unidos, llamado John Foster Dulles puso en claro que su país “no tiene amigos, sino intereses”.
Trump ha dicho que hará muchas cosas, pero no podrá hacerlas todas. Clinton tampoco.
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