Cada vez menos se entiende al gobierno del presidente Enrique Peña, que tras propinar un mazazo con el aumento del precio de los combustibles, anuncia de manera sorpresiva un acuerdo de última hora con el propósito aparente de poner una curita al amoratado e indignado pueblo mexicano.
Al menos debió anunciarse de manera simultánea el trancazo y la curita. ¿No cree?
Peña argumentó, sostuvo y defendió antes del mazazo que la reforma energética repercutiría en una mejoría directa a los bolsillos de los mexicanos al, por vez primera en cinco años, impedir nuevas alzas y ¡pácatelas! Mire nomás en donde puso la gasolina y otros combustibles, sin incluir las nuevas tarifas eléctricas y del gas.
Dijo igualmente que movería a México para que la economía creciera a tasas mínimas del cinco por ciento apenas dieran frutos las tan llevadas y traídas reformas. Faltan dos años para que termine su gestión y el crecimiento económico prometido nomás no se ve por ningún lado.
Y si, echó a andar las reformas, entre ellas la educativa a cargo de Aurelio Nuño, para luego sentarse a negociar con los maestros directamente interesados, cuando una prudencia mínima habría aconsejado lo contrario, es decir, primero negociar, luego pactar y finalmente poner en marcha. Aquí, otra vez, pusieron los burros detrás de la carreta.
Habló Peña del compromiso de su gobierno para abatir el crimen y si uno mira las cifras, éste ha crecido, aun cuando haya cambiado la narrativa nacional como consecuencia oficial de bajarle el volumen al tema.
El gobierno de Peña, a través de Videgaray, comprometió la instauración de un escenario económico de estabilidad y crecimiento, pero ni lo uno ni lo otro. En síntesis, prometió alivio a los miserables de este país, y conforme avanza el sexenio crecen las cifras de pobreza y el achicamiento del poder adquisitivo del salario. Si se midiera en dólares, como si se hace en el caso de muchos bienes, incluyendo los precios de la gasolina, se comprobaría el bárbaro desplome salarial en México.
La “estrategia” de echar a andar y luego retroceder, también se repitió en el caso del problemático Donald Trump, quien primero fue invitado a México, cuyas puertas le fueron abiertas de par en par antes de darle un trato de privilegio y luego, después de los halagos, pasar al engallamiento y anunciar con recia voz y firme determinación aparente, que no se tolerarán las acciones del maloso Trump, el chico malo de los Estados Unidos como desde antes ya habíamos visto la mayoría de los mexicanos.
Lo mismo pasó con el propio Videgaray, el príncipe consentido de Los Pinos. Fue expulsado del gabinete por el caso Trump y reintegrado al cardelanato también por Trump. Así andamos, dos pasos para adelante y otros dos para atrás.
Lo peor de todo es que estos trastabilleos de Peña Nieto parecen ya comunes. Así también lo dejó ver el tan llevado y traído caso de la Casa Blanca. Aceptó la operación de su esposa, pero luego, pillado el caso, pidió perdón.
Y en el caso Ayotzinapa, dijo que era tiempo de olvidar porque no se podía seguir hablando de lo mismo todo el tiempo, pero resulta que la PGR mantiene abierta la investigación.
¿Se puede así gobernar? ¿Dar dos paso adelante y otros dos para atrás? Yo pregunto.
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