Claro que es una tragedia lo ocurrido en un colegio de la capital neolonesa. Es cierto igualmente que el episodio repite casos registrados con mucha más frecuencia en Estados Unidos. También es obvio que deberán fortalecerse las medidas preventivas en los planteles escolares del país para disuadir y evitar eventuales nuevos casos.
Aún es prematuro tener un diagnóstico preciso sobre las motivaciones de este adolescente para abrir fuego en su salón de clases. Es más que probable que nunca conozcamos siquiera los factores que gatillaron este hecho triste.
Sin embargo, y aún corriendo el riesgo de imprecisiones o asumiendo incluso hacerlo, no deberíamos perder de vista el entorno nacional donde sobrevinieron estos hechos.
Lo primero que salta a la vista de cualquiera es que la agresión fatal coincide con un ambiente nacional altamente degradado. México vive una de las etapas más violentas en décadas, asociada en buena parte al combate al narcotráfico y el crimen organizado que emprendió a tontas y locas el ex presidente Felipe Calderón. No se critica claro la decisión de una política de estado en esa dirección, sino la forma y los verdaderos móviles que impulsaron a Calderón a decretar una guerra de esa tipo. Es más, hay que decirlo, cualquier estado nacional tiene como primera obligación garantizar la seguridad física y material de sus gobernados.
Pero la forma en que Calderón abrió una espiral de fuego en el país resulta absolutamente condenable, más todavía si se juzga por sus resultados. El gobierno de Peña Nieto sólo le bajó el volumen a esta guerra, pero no hizo cambios de fondo en la estrategia calderonista, fallida de suyo.
La tragedia de Monterrey coincide además con un clima social de alta crispación, desasosiego y encono. Pocas veces el México contemporáneo había tenido tan mal humor social. Esto asociado en buena parte al fracaso del gobierno de Peña y de otros que lo antecedieron. Las familias mexicanas en general pasan por un periodo de alta tensión y aún de quiebre por causas de sobra conocidas.
La juventud y aún la niñez de México está enfrentando una circunstancia compleja, enrarecida y de pocos horizontes, pero además colmada de peligros cotidianos de todo tipo, en medio de una desesperanza predominante. La transgresión de todo tipo de valores es una constante de los días que corren.
A esto se agrega el creciente papel de los medios y las redes sociales en las vidas cotidianas de los muchachos del país, cuyos padres han visto mermada y aún perdida su capacidad de orientadores y formadores juveniles.
Los medios y las redes sociales ejercen una influencia avasallante y mucho más poderosa en los jóvenes que aún sus padres en moldes familiares resquebrajados o rotos.
Las familias nucleares son hoy francamente obsoletas y están en retirada frente a nuevos modelos que irrumpen y reemplazan los esquemas tradicionales.
En pocas palabras, la sociedad mexicana está en medio de una crisis profunda y sin paradigmas fijos. En ese contexto, que no es exhaustivo, es que se registró la tragedia de Monterrey.
Añada que hoy inicia la era Trump, enemigo declarado de México.
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