Hasta ahora es un enigma, cierto, atinarle al blanco sobre quién sucederá este mismo año al presidente Enrique Peña Nieto. También es prematuro, claro.
Cualquier observador de la escena política nacional y aún quienes medianamente miran el curso de los políticos que compiten por la silla de Peña Nieto está en franca imposibilidad de acertar con “el bueno” o dar en el clavo.
Es difícil hacer pronósticos políticos, quizá tanto como atinarle a las quinielas deportivas, a propósito especialmente de una serie de variables, impredecibles las más de las veces. Después de todo la llamada ciencia política está salpicada de imponderables absolutamente humanos, por lo demás de una veleidad demasiado alta, muy alejada de la ciencia aplicada y/o exacta.
En estos primeros días del 18, muchos mexicanos estamos siguiendo más de cerca el acontecer político nacional. Se aproxima el uno de julio, la fecha clave para marcar el relevo presidencial. Y aunque buena parte de la información que consumimos proviene predominantemente de los órganos periodísticos del país, atisbamos desde cualquier reducto posible cualquier tipo de guía que pueda orientarnos sobre qué podemos esperar en la órbita política. Qué bueno. La observación y atención al fenómeno político en general y en particular al relevo presidencial es un deber ciudadano básico. Las repercusiones del tema son importantes para nuestro país, y en consecuencia para nuestras vidas cotidianas. Al menos.
Y sin descuidar por supuesto este deber ciudadano básico y por supuesto estar atentos a las triquiñuelas tan inherentes a las praxis de nuestra clase política en general, es preciso, quizá hoy más que nunca, tomar con mayor seriedad el comportamiento de nuestros políticos y el de nosotros mismos como ciudadanos y gobernados. No se tome esto a ingenuidad. Los agudos problemas del país deben llevarnos a los gobernados a tomar muy seriamente la cosa pública. Se nos están acumulando los déficits nacionales en prácticamente todos los ámbitos, y no se requiere ser un observador acucioso, ni siquiera mediano, para constatarlo.
Sumamos años de crisis y desencanto social. Aún el presidente Peña acaba de admitir que hay “un enojo social” en México. Lo dijo, claro, con el propósito de empujar una visión optimista sobre los avances del país, pero sobre todo tácitamente de desaconsejar el voto por López Obrador, al parecer el principal adversario de su gobierno y quien numerosas encuestas señalan como puntero en el camino al uno de julio. Comprendo no sólo el interés, sino aún la obligación del presidente, de alentar una visión optimista sobre su gestión y el avance del país. Sería inimaginable y aún desaconsejable lo contrario. El jab presidencial para su adversario, es otra cosa. En fin.
La política nos entretiene a los mexicanos, no sé si más que a ciudadanos de otros países. En México prácticamente todos somos opinadores casi profesionales de la política. Qué bueno, pero hace todavía mucha falta una mayor calidad informativa, un mayor compromiso ciudadano para exigir un mejor gobierno en los tres ámbitos de gestión, en suma, una mayor educación cívico-política y, sobre todo, una actividad más contundente en la esfera pública del país. De otra forma, seguiremos cuchicheando en los rincones, sin que nadie nos escuche y mucho menos nos acate o tome en serio. En particular, los políticos del país que se carcajean antes y después de hacer lo que les viene en gana.
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