Basta

SINGLADURA

En la víspera del mensaje del jueves del presidente Enrique Peña Nieto, escribí en FB: “¿Queda algo por hacer ante las políticas de Trump? Algunos dicen que la dignidad no compra el pan, ni la carne, tampoco paga la hipoteca, pero digo que sin dignidad no se puede vivir. Haz algo presidente Peña, algo, aunque sea lo último que hagas”.

Y no es que me haya leído, por supuesto que lo descarto. Pero este jueves algo pasó y qué bueno. Me alentó escuchar al Jefe del Ejecutivo mexicano pronunciar un discurso de buena factura, coherente, bien leído y de mucho mejor contenido para finalmente poner un “estáte quieto” al bisonte que habita en la Casa Blanca.

Como pocas veces a lo largo de este sexenio, me sentí en línea con el presidente Peña. Las palabras del discurso que pronunció me entusiasmaron. Hacía tiempo que ninguno de los mensajes presidenciales me causaba una buena impresión y casi que ya los oía como una rutina, sin esperar mucho, ni siquiera poco. Si había alguna expectativa, ésta casi siempre se desinflaba.

Aún en la víspera, insisto, me preguntaba cómo el presidente de México se agazapaba cuando era inminente el envío de miembros de la Guardia Nacional a la frontera con México, aún y cuando esto se hiciera en territorio estadunidense. Nomás faltaba.

En el colmo de la desesperación personal frente a la pasividad presidencial, me preguntaba qué impedía al presidente Peña dar al menos un manotazo en el escritorio que hiciera eco, ya de perdida, en su despacho de Los Pinos. ¡Carajo! Estaba más que indignado, más que frustrado.

El pronunciamiento del Senado alivió un poco mis angustias e indignación. Coincidí con los senadores. México podía bajar los brazos ante los inmigrantes centroamericanos; también podía hacer caso omiso del trasiego de drogas en ruta a Estados Unidos, al menos por un rato, pero hacer algo era un imperativo.

También estuve de acuerdo con los aspirantes, todos, a suceder a Peña en Los Pinos a partir de diciembre cuando repudiaron por igual las estúpidas y agresivas decisiones del tal Trump, un enemigo confeso de México y los mexicanos de allá y de acá también.

Por eso, cuando escribo estas líneas (jueves) me congratulo por vez primera en varios años de un discurso de Peña. Qué bueno. Fue un discurso elegante, firme, sereno, pero sobre todo cargado de dignidad, algo con lo que no se compra la carne, ni el pan, pero sin lo que no se puede vivir.

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