Estas líneas fueron entregadas por necesidad poco más de una hora antes del tercer y definitivo debate entre los cuatro aspirantes a suceder en diciembre al presidente Enrique Peña Nieto. La decisión pública y ciudadana final, definitiva, será tomada, así esperamos,
así debe ser, por los votantes mexicanos dentro y fuera del país el próximo uno de julio.
Sabemos lo que dicen las encuestas. Sobra entonces repetirlo. El país está con un grado de expectación tan alto que se prevé una votación histórica el primer domingo de julio.
Aunque sabemos bastante de cada uno de los candidatos, los cuatro que restan –¿acaso dos?- , es claro que desconocemos a carta cabal quién podría hacerlo mejor. Detrás de la votación siempre hay una apuesta y el azar juega. No olvidemos el reciente caso en la historia política del país del neopanista Vicente Fox, quien llegó al poder con una votación histórica y echó por la borda prácticamente todo su capital político, se comportó como un despilfarrador total y traicionó al país, y no sólo al electorado, su base. Algo similar, aunque en menor proporción, ocurrió con el presidente Peña. Se pensó mayoritariamente que después de dos sexenios de ostracismo presidencial, el priismo volvía a tomar las riendas del país con un aprendizaje y una madurez que se llegó a vaticinar serían sobradamente suficientes para retener el poder más de un sexenio, al menos.
Pero hoy las cosas apuntan hacia otros horizontes. Hay un desencanto social demasiado profundo, con razón o sin ella. Eso es lo de menos. La percepción es abrumadoramente contraria al “statu quo” nacional y se cuentan los días para el uno de julio con el frenesí que acostumbran los niños cuando se les tiene prometido un día de fiesta. Hay hambre por un cambio radical, el que sea, pero que cambien las cosas. Esto aún sin que a millones de electores les importe el riesgo o el tamaño de la apuesta. Lo que el ánimo social predominante trasunta es un deseo enorme de castigar el tamaño de la afrenta que domina la percepción social. Esto, al margen de que resulte cierta o no. Eso no importa. Si importa y mucho el ánimo de venganza contra quienes se percibe como los causantes del drama público nacional. Ese es el punto. ¿Qué viene? Lo desconocemos a cabalidad.
Hay una cosa sin embargo que es clave en estas horas de incertidumbre política e inquietud social. Se trata del respeto al votante mexicano, algo que por estos días parece se ha extraviado. Se entiende: es la guerra total por el poder público del país, pero sería injustificable el irrespeto al ciudadano. Una súplica: no violenten más al ciudadano, al hombre de a pie, al individuo de la acera de enfrente. El país sufriría demasiado y ya está en riesgo.
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