De que el panorama nacional se está enturbiando demasiado queda casi ninguna duda. Y hasta las condiciones climatológicas de estos días parecen conspirar a favor de ese ambiente que sigue dando sobradas muestras de que las cosas están “raras,”
para apuntar lo menos.
Sigo por ejemplo poniendo en duda la enorme ventaja que según todas las encuestas dan al candidato de Juntos Haremos Historia, Andrés Manuel López Obrador, y me pregunto qué pasaría si el uno de julio se confirman los sondeos y el nacido en Macuspana, Tabasco, se erige en el gran refundador de la república como promete. Y ojalá lo hiciera si es que acaso llega a la presidencia y el presidente Peña Nieto y con él todo el sistema imperante, aceptan el traspaso del poder, pero sobre todo la decisión del soberano, el pueblo es decir.
Se me antoja muy cuesta arriba, aún hoy, a 12 días del fin de las campañas presidenciales, suponer y más aún admitir que nada pasará en los días que siguen y que las jornadas restantes discurrirán conforme los designios de la normalidad. Y conste que no desearía cosa distinta para las horas que nos separan del cierre de las campañas y la elección. Ojalá. Pero al día de hoy observo un panorama turbio, que alienta malos presagios por más indeseables e indeseados que éstos sean.
Supongo difícil en consecuencia que el próximo uno de diciembre veamos al presidente Peña caminar de frente y con la banda presidencial tricolor en sus brazos para terciarla al pecho de López Obrador, si es que se confirman las encuestas y estudios de opinión y aún los vaticinios, casi resignados, de los principales centros del poder económico-financiero dentro y fuera del país, para este tipo de relevo presidencial.
A este panorama, cargado de aventura y confusión, se añade el fenómeno casi inverosímil de un candidato presidencial como Ricardo Anaya, tan soberbio, tan sobrado y vanguardista él, ante el riesgo anunciado de dar con todo y sus huesos en alguna celda del país, habilitada como sitio de resguardo obligado así sea por unas horas para determinar su situación jurídica. Los agravios del llamado “joven maravilla” pudieran estar a punto de ser cobrados porque después de todo es casi común que el poder nunca acepte increpaciones, aún y cuando haya razones de fondo para hacerlas.
Se añade el extrañísimo rezago que se atribuye a José Antonio Meade, el candidato que abandera al PRI sin ser priista, el aspirante presidencial ciertamente mejor preparado y conocedor de las entrañas del poder, pero cuya credibilidad pública anda por los suelos. De hecho, esta es la mayor paradoja que enfrentan Meade y su propio partido postulante.
Agregue usted a este ambiente turbio, los más de cien asesinatos de aspirantes políticos en diversos puntos de la geografía nacional, una tendencia y aún un fenómeno que da escalofrío y que explica que muchos políticos locales estén tomando medidas adicionales de seguridad y aún de renuncia a sus planes para resguardarse mientras hacen campaña. El ambiente es casi espeluznante, pero así iremos a las urnas, supongo. No es casual entonces que la Unión Europea y las embajadas de los estados miembros de este bloque económico alerten sobre el grado de violencia e intimidación que vive el país en vísperas comiciales. Tampoco lo es que 11 candidatos perredistas al ayuntamiento de Cutzamala de Pinzón, en Chilpancingo, Guerrero, hayan renunciado a sus candidaturas ante la violencia e inseguridad.
Abona igualmente a este precario ambiente prelectoral, la nueva escalada del dólar sobre el peso, la incertidumbre comercial y por si fuera poco, el acoso o “bullying” al país que está alentando el bisonte de la Casa Blanca. También veremos si en Rusia pasa algo con el seleccionado, que necesariamente y desde ahora tendría que considerarse demasiado raro. Y del clima, mejor ya ni hablar. Amanecerá y veremos.
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