En ascuas

SINGLADURA

Si los dedos de las manos no mienten, quedan seis días de campaña proselitista antes de entrar en un periodo de 72 horas de silencio y reflexión, el preámbulo del momento crucial en las urnas. Claro, por supuesto, que como millones de mexicanos

pondré mis votos en las urnas. Es un deber como ciudadano mexicano y una absoluta urgencia nacional.

En las ramas legislativa y municipal, mis votos están hace tiempo decididos. No diré por quiénes bajo el amparo de la secrecía legal que protege el sufragio. Me apura sin embargo que cuando faltan prácticamente horas para ir a las casillas, sigo atento a los perfiles de los tres candidatos presidenciales, pero sobre todo a sus actos y compromisos –que no promesas- de campaña con el objetivo de definir mi apoyo, simpatía o rumbo.

Sé que me queda poco tiempo, y me preocupa que aun así, no esté completamente convencido de quién de los tres –El Bronco excluido, menos mal- podría encabezar con un relativo éxito el poder Ejecutivo a partir de diciembre próximo. Supongo que como en mi caso, hay miles, sino millones de compatriotas que se mantienen en ascuas.

Admito que asistiremos a una elección histórica, como casi seguramente no volveremos a ver en los años que vienen. Aun y cuando se diga lo contrario, encuentro al país en medio de una crisis que se manifiesta de numerosas maneras. Hay muchos mexicanos, claro, que sostienen que México registra avances innegables, y no cierro los ojos al hecho de que puedan tener alguna o muchas razones para argumentar esto. Después de todo, la economía mexicana está clasificada entre las primeras 20 del orbe. Hay quienes la ubican en el décimo sexto sitio mundial y otros más dicen que somos la undécima economía global.

Otros millones de mexicanos discrepan de este diagnóstico. Si bien admiten muchos de ellos avances de la economía nacional, argumentan la profunda brecha económica entre los sectores sociales del país. Apuntan un acrecentamiento de la riqueza entre quienes prosperan y la miseria de muchos y cada vez más.

Se añaden fenómenos que ya son expresiones comunes de muchísimos mexicanos, entre ellos la creciente corrupción, la impunidad, el crimen organizado y la violencia manifiesta y soterrada que envuelve al país, el subempleo, la injusticia y sobre todo la aguda incapacidad de los gobernantes para propiciar la creación y desarrollo de un país mejor.

La presidencia quedará en manos de uno de tres candidatos, entre ellos –por orden alfabético- Ricardo Anaya, Andrés Manuel López Obrador y/o José Antonio Meade.

Hago ya a un lado mi voto por Anaya. Sus ex correligionarios Vicente Fox y Felipe Calderón me decepcionaron profundamente como panistas y, peor aún, como Jefes del Ejecutivo. Sobra abundar en los motivos para esa decepción tan honda. La soberbia, el egoísmo y la traición ahogan a Anaya, por no referir su infinita ambición y su clasismo. Es el candidato de los antivalores.

Votaré por uno de los dos candidatos restantes. Valoro la persistencia de López Obrador, su compromiso para abatir la corrupción y su interés por los más vulnerables, pero me preocupa su mesianismo. Después de todo es sólo un hombre dedicado a la política.

En Meade veo un técnico impecable, un funcionario experimentado y disciplinado, pero me angustia que tenga todas las llaves para garantizar que el ropero se mantenga bien cerrado y en el mismo lugar.

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