Aun cuando las encuestas sobre la intención de voto presidencial indican todavía hoy que Andrés Manuel López Obrador se mantiene en la punta del ánimo electoral, el país vive bajo una atmósfera de incertidumbre que ojalá se disipe el próximo
domingo uno de julio al cierre de la jornada comicial, la mayor en la historia nacional, seguramente la más definitoria para el país y a la que los votantes tendremos el privilegio de atender.
La incertidumbre que impera en la víspera electoral parte de una competencia de proyectos, impulsados por los aspirantes a la presidencia. Se inscribe este desasosiego nacional en una rivalidad, profunda y arraigada, entre los abanderados del PRI y Morena. Digo esto convencido de que la alianza que encabeza el queretano Ricardo Anaya parece mucho más encaminada a un fracaso contundente, que seguramente se hará patente el domingo próximo.
La rivalidad entre los candidatos López Obrador y José Antonio Meade tiene que ver mucho más con la disputa entre dos modelos económicos, el vigente instaurado en los años 80 y el que pretende morigerarlo. Así que en este sentido, la votación del domingo será un plebiscito entre los saldos del modelo y su continuidad en la forma en que lo conocemos.
En el medio de la disputa está un temor del “status quo” al descarrilamiento de un modelo, que sin duda traería efectos de diverso tipo, entre ellos casi seguramente una mayor cautela de los actores económicos de México y del exterior. Se abriría claro un paréntesis hasta el momento de definiciones clave de un gobierno encabezado por López Obrador.
Un eventual triunfo de López Obrador seguramente remecerá las estructuras de mando gubernamental, lo que por un lado supone riesgos de permanencia para una parte muy amplia de la alta burocracia gubernamental, con lo que ello supone en materia económica, pero sobre todo del uso del poder.
Esta circunstancia y su eventual registro en la realidad nacional, se aprovecha por supuesto por el “staus quo” para introducir un factor de miedo entre mandos medios e inferiores de la burocracia gubernamental, que temen de manera legítima sobre su permanencia laboral y/o profesional.
A este aspecto clave en un eventual cambio de rumbo nacional se añaden otros factores de naturaleza consustancial a la realidad del país, entre ellos el propio relevo presidencial. Pero sobre todo, las circunstancias que moldean y definen el momento nacional, que incluyen la criminalidad, la corrupción, el hartazgo de un sistema que ha defraudado a una enorme masa ciudadana, hoy absolutamente escéptica de cualquier promesa ligada al “status quo”.
A este panorama general, se añaden temores sobre el riesgo de violencia el día de la jornada comicial, alimentado de manera directa por más de un centenar de asesinatos de candidatos en las últimas semanas, y al peligro de que la percepción social mayoritaria en torno a un eventual fraude, pudiera hacer colapsar las estructuras electorales del país, el peor y más indeseable de los escenarios. Iniciamos la última semana antes de los comicios. Confiemos.
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