Dicen los venezolanos: “la fe mueve montañas, si, pero hay que pagar”. El aserto viene como anillo al dedo a propósito de los primeros pasos, las primeras acciones, los primeros signos del ganador presidencial de las elecciones del primer domingo de
julio en México. Claro, Andrés Manuel López Obrador.
Aludo a su primer encuentro con el presidente Enrique peña Nieto en el Palacio Nacional. Impensable hasta antes de las elecciones, la reunión fue republicana, cortés, cordial, llena de civilidad y casi entre amigos. También marcó un momento clave en la necesaria distensión tras una jornada comicial el domingo pasado colmada desafortunadamente de una serie de presagios funestos. Magnífico que el encuentro haya resultado terso, afable. Congratulaciones para ambos políticos, que se comportaron como debiera ser siempre, y más aún entre adversarios políticos. Los dos dieron una lección de madurez y estatura cívica, política, a favor de México pues.
Pero ¿Borra el buen trato que se dispensaron ambos las profundas diferencias que los perfilan y aún caracterizan? No, por supuesto. Y ninguno de ambos debiera soslayar este hecho. Mucho menos López Obrador, quien tiene pendiente una enorme deuda con sus electores y aún con quienes lo adversaron en el proceso. Todos permanecen pendientes de López Obrador, obligado a no olvidar, soslayar o desdeñar los motivos que alentaron al electorado a volcarse en su favor. Sería un enorme desacierto y un agravio de peligrosas consecuencias que López Obrador se aposentara a sus anchas e incumpliera los compromisos que asumió en campaña. El pueblo los cobra y de la peor manera. Ya dio sobradas muestras de ello.
Otro encuentro. Este con los empresarios. Magnífico de nueva cuenta. El cónclave fue resumido con la palabra “confianza”. Excelente. López Obrador, en su calidad de futuro presidente del país, requiere todo el apoyo empresarial. Sin el respaldo de los capitanes, coroneles y generales del sector privado, México peligra. Es clave que los empresarios le metan el hombro al gobierno que encabezará López Obrador a partir del uno de diciembre. Un desencuentro entre estos dos factores críticos para el país repercutiría de inmediato y haría colapsar cualquier proyecto público, es claro. ¿Pero esa perspectiva nublará la vista, la visión del próximo gobernante para contener y aún hacer a un lado sus promesas y compromisos en cuanto a revisar por ejemplo los contratos del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, en los que se cree hay manejos turbios o irregularidades? Sería grave de nueva cuenta desdeñar compromisos.
Todavía más. Las felicitaciones, el apapacho de los ex presidentes Carlos Salinas de Gortari, Vicente Fox y Felipe Calderón a López Obrador, podrían ser el preludio del borrón y cuenta nueva. López Obrador se manifestó agradecido y negó que vaya a retractarse de su compromiso de eliminar las jugosas pensiones para los ex mandatarios. “Una cosa no quita la otra”, expuso.
Bueno, veremos. Una cosa es clara. Qué bueno que haya reconciliación nacional. Se requiere para gobernar. Pero López Obrador deberá respetar el mandato ciudadano. Está obligado a ello. Hay una ruta de navegación que está forzado a respetar y como en los viajes de circunnavegación si pierde la brújula, no es nada difícil prever que sobrevendrá el peor de los naufragios.
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