Se dice con frecuencia que creer en los políticos es un error, incluso una ingenuidad y hasta una tontería en superlativo. Y sobran las razones en México
para compartir este criterio. Por décadas, la mayoría de los mexicanos acumulamos desilusión y escepticismo sobre el quehacer si no de todos, si de la enorme mayoría de mujeres y hombres practicantes de la política en nuestro país, al grado de argumentar que “no hay ni a quien irle” o el clásico “todos son iguales” de bandidos, corruptos y fraudulentos.
Viene el tema a propósito del llamado hecho la víspera por el presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, a su denominado Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), para que sus integrantes no se encaramen en el poder e incurran en las ya inveteradas prácticas políticas que han merecido el repudio electoral recién el primer día de julio pasado. El tamaño de ese repudio social y ciudadano, tan pacientemente cultivado, explica que hoy los partidos políticos considerados protagonistas estén prácticamente arrinconados en sus sedes nacionales, sopesando el quehacer ahora.
“Que no haya influyentismo, corrupción, amiguismo, sectarismo, nepotismo, ninguna de esas lacras de la política”, clamó López Obrador a sus correligionarios reunidos en el Congreso Nacional de Morena.
Fue la primera vez que López Obrador participó en un Congreso de Morena en su calidad de presidente electo de México.
Ojalá los “morenos” atiendan el llamado o exhorto de López Obrador, quien quiere además crear un instituto para la formación política de nuevos cuadros de Morena, en lo que establece claramente el interés del mandatario electo de hacer escuela y sembrar futuro más allá de su mandato sexenal.
Fueron precisamente esas lacras de la praxis política en el país, que se hicieron consustanciales al quehacer de todos los partidos políticos, las que explican en buena parte el derrumbe de esas asociaciones partidistas. A lo largo de muchas décadas se perdió la contención y se rompieron los moldes de la moderación, aún la más mínima.
De allí surgieron el descrédito, pero sobre todo el repudio a prácticamente todo el estamento político, y en particular a los principales fuerzas políticas nacionales. El PRD, que en su momento pareció una promesa de cambio, pronto cayó en las tentaciones y las trampas del poder, tanto que hoy lo tienen al borde de su extinción.
De esa historia sabe mucho López Obrador. De allí que su llamado a renunciar, a rechazar esas prácticas y esas lacras, debiera tomarse en serio so pena de que Morena repita la historia de la traición.
Ojalá sus hoy seguidores y correligionarios atiendan su llamado. De otra forma, Morena podría sufrir el mismo descrédito o incluso uno peor del que condujo al sótano de la historia a partidos que creyeron que nunca nadie los haría caer del pedestal tan falsamente erigido por ellos mismos. Veremos.
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