Decía el fallecido ex presidente venezolano Carlos Andrés Pérez: “el que no quiera calor no se meta a la cocina”, para aludir los trabajos del quehacer político. La frase,
absolutamente certera me parece, viene a cuento y como anillo al dedo también suele decirse, para referir el reciente encuentro postelectoral entre el ganador de los comicios de julio, Andrés Manuel López Obrador –quien hoy será proclamado presidente electo de México una vez que reciba su constancia de mayoría- y el ex candidato presidencial José Antonio Meade. Así es la política, así debe ser.
Las campañas ya pasaron, obvio. Atrás quedaron la confrontación y el contraste de proyectos y propuestas. El electorado decidió, aun en medio de turbulencias, amagos y riesgos, mas no pocas descalificaciones, diatribas y hasta embustes. ¿Seguiremos en eso? López Obrador asumirá el mando nacional el primero de diciembre próximo. Será el presidente de todos, aún de aquellos que lo adversan y con quienes, especialmente deberá ser tolerante el próximo Jefe del Ejecutivo federal.
En sus pasadas campañas, López Obrador confrontó hasta el exceso, polarizó y dividió al país como pocas veces en la historia de éste. Sus posiciones extremas, hay que decirlo, inspiraban temor, rechazo y cansancio. Aprendió de sus fracasos, sin duda. En su tercera y última campaña, aminoró el encono y proclamó el amor y paz. Se midió en el punto exacto, aun y cuando a ratos le emanó la vena de fajador contumaz. Pero en general gastó más en moderación y temple. Los tres debates con sus adversarios, dieron cuenta clara de contención. Le valió el triunfo.
Antes de este año rebosaba ira, cólera y se enganchaba con sus adversarios casi a la menor provocación. La sensatez no era lo suyo. Se oponía a todo. No en vano sus contrincantes lo llamaron el hombre “del no”. Y tenían razón.
Pero un giro en su talante y el ejercicio de la moderación llevaron a López Obrador al triunfo, esta vez. En su fallida campaña presidencial de 2006, Roberto Madrazo, ex presidente del PRI y ex gobernador de Tabasco, dijo y no sin razón que López Obrador le preocupaba poco porque él solo se derrotaría. Así fue esa vez.
Ahora, ya como virtual presidente electo, López Obrador se reunió con Meade, a quien tributó los adjetivos de persona “decente, buena y honorable”.
Estos epítetos a su ex adversario ya generaron reacciones en contra de muchos y demasiadas críticas en toda una gama de tonos. Se omitirán aquí por considerarlas innecesarias. Basta decir que el odio, la descalificación permanente, la negación del prójimo resultan pésimos consejeros.
México tiene mucho por delante para construir, una tarea que siempre será más compleja. Lo fácil sería destruir, abatir, derrotar, más todavía si el eventual verdugo suma 30 millones de voluntades directas.
Como político forjado en las avenidas del país y fraguado en la derrota, López Obrador hace lo correcto en tender la mano franca a Meade. Lo mismo deberá practicar con Ricardo Anaya. El país requiere de todos. Es la política que se requiere. Que así sea.
• Quien esto escribe abrirá un receso hasta el próximo lunes 20.