Es casi seguro, o altamente probable si usted prefiere, que los ciudadanos de este país estemos a las puertas de un cambio de época al menos en lo que toca a los
reprobables moches para en su lugar ir a los temibles recortes. Esto es lo que anticipan los anuncios y primeras medidas adoptadas en esta materia por el virtual presidente electo, Andrés Manuel López Obrador y equipo que lo acompaña.
El avasallador y yo diría incluso hazañoso triunfo de López Obrador el uno de julio pasado aun y cuando fue pronosticado por la mayoría de las encuestas y sondeos, prácticamente no dejó títere con cabeza.
Sabemos que el PRI se fue al sótano de la historia. Ni hablar. Supongo que los priistas, aun y cuando pudieron anticipar su derrota, nunca imaginaron el tamaño del golpe electoral que, debo apuntar, resulta todavía indigerido e indigerible. Los electores, creo que los 30 millones que se pronunciaron por López Obrador, esperaron con una paciencia indescriptible y una decisión inquebrantable e invariable, el día en que abrieron las urnas para propinar al otrora partidazo la peor de sus derrotas. Desconocemos aún si ésta será definitiva o si, a diferencia del 2000, será lo suficientemente procesada y útil para, tras un diagnóstico cabal que se espera encabece Claudia Ruiz Massieu, relanzar ahora si todas las acciones críticas a fin de reconfigurar al partido que gobernó en México casi 80 años, tras un intervalo de 12 años.
Aun y cuando Ruiz Massieu se mantenga al frente del PRI, es previsible que la hoy presidenta nacional tricolor dispondrá de poco tiempo para acometer los hondos cambios que requiere el priismo para posicionarse, una vez más, en un sitio competitivo del electorado nacional. Veremos.
En los predios blanquiazules, las cosas no están sustantivamente mejor. Al margen de pugnas intrapartidistas severas y profundas, el panismo tendrá que mirarse ante la disyuntiva que enfrenta de recuperar el perfil de partido conservador y consecuente o aventurarse con destino incierto por los caminos que pretendió conducirlo el hoy otrora joven maravilla, convertido prácticamente por el efecto electoral en el mayor guasón de la historia panista. A tal grado, dicho sea de paso, que Ricardo Anaya desapareció como por arte de birlibirloque. Es como si hubiera sucumbido al encantamiento electoral de López Obrador. Y quería ser presidente, imagínese.
Del PRD, mejor ahorrarnos palabras. Desconozco si ya fue sepultado o permanece en la sala de velación.
De los anuncios y primeras acciones del lopezobradorismo es posible colegir y aún constatar que la clase política en general y particularmente el poder legislativo tendrá que alinearse para sepultar, allí si, de una buena vez por todas las prácticas truculentas, cínicas y muy enraizadas de los famosos moches. Salvo que Morena los convalide, no veo cómo serán posibles una vez instaurado el morenismo en los espacios del poder público nacional.
En su lugar, ya hay en numerosos segmentos del poder público instituido una gran preocupación, alerta o expectativa sobre cuáles serán en concreto y de manera específica los recortes pecuniarios anunciados. Lo único cierto hasta el momento es que seguramente habrá resistencias y no menores cuando se estrene la tijera amloniana. Amanecerá y veremos.
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