No es uno, hasta donde se conoce ahora son dos los tráileres repletos de cadáveres que hace meses circulan en el estado de Jalisco en busca de un rincón seguro
porque los cuerpos desbordaron la capacidad instalada. Una vez más la realidad rebasó la ficción y se instaló en los terrenos fértiles del realismo mágico o fantástico, como se prefiera.
Hay fetidez en todo el entorno y si no fuera porque las notas periodísticas describen con detalle el hecho, podría pensarse sin esfuerzo alguno que se trata de una idea espeluznante o de un cuento bien imaginado.
Ryszard Kapuscinski nos dejó dicho que el buen periodista mantiene intacta su capacidad de asombro. ¿Y cómo no asombrarse ante dos camiones repletos de cadáveres? Imposible. ¿Quién dio la voz de alerta? Imaginen. Fue la fetidez ¿de los cuerpos? Yo diría que de un sistema institucionalizado rebasado por los flancos.
De manera inevitable recuerdo el título “La muerte tiene permiso” de Edmundo Valadés. ¿Lo tiene? Claro que no, pero se lo agencia en México para deambular con la anuencia de autoridades también rebasadas, cuyas renuncias nada resuelven pero que se registran para “tapar el ojo al macho” cabrío de la violencia, el crimen, la impunidad, la ineficiencia y la corrupción que cabalgan sin brida en prácticamente toda la geografía nacional.
Y por si fuera poco, la Ley general de Víctimas que entró en vigor en 2013, hecha con el propósito de procurar dignidad a los cadáveres de víctimas, establece el deber de resguardar los cuerpos no reclamados, impide incinerarlos o enviarlos a fosas comunes. Noble el propósito, pero una vez más la terca realidad se impone sobre cualquier interpretación.
El hecho es que se acumulan los cadáveres y pasa el tiempo sin que nadie los reclame, otra arista seguramente no anticipada por legisladores y asesores que pierden el hilo y los sofoca la realidad como en este caso.
Al igual que en los cuentos de García Márquez, resulta que los cadáveres ya no cabían. A alguien se le ocurrió la renta de camiones-refrigeradores, pero nadie pensó en el sitio donde quedarían resguardados esos vehículos, que supusieron a salvo de la fetidez, pero que se convirtió en el hilo de la trama pública en curso.
Los deudos de estas personas no reclaman nada y mucho menos los cuerpos. ¿Por qué? Se sabe que todos los cadáveres están plenamente identificados, pero nadie los reclama. Será que es mejor así. Parece que el objetivo es borrar cualquier rastro, más aún si éste pudiera perjudicar la vida. ¿Nada qué hacer? Tendremos que aceptar que en México así es la vida, así es la muerte. Y ya.
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