¿Co-gobierno?

Singladura

No sé usted pero cuando faltan justo dos meses –aún demasiado tiempo- para que el presidente electo Andrés Manuel López Obrador asuma el mando del poder

Ejecutivo federal, empiezo a constatar las primeras tendencias y trazos de lo que anticipa su gestión, tan largamente buscada, añorada aun antes de iniciar por muchos públicos del país, pero también bajo el acecho de sectores que de momento sólo están agazapados con la expectativa de que los 30 millones de votos comiencen a aflojarse o, más aún, a diluirse ante la contundencia de una realidad nacional ahora sólo contenida.

De hecho, me parece que el presidente electo, cuya tozudez bien se conoce, comenzó a gastar su luna de miel antes siquiera de asumir de manera formal el mando nacional, en una especie de co-gobierno y de deslizamiento de un extremo hacia al centro.

Quizá haga bien en apresurarse y acortar de esa manera por la vía de los hechos el tiempo que le llevará poner en operación su gobierno de 5 años y diez meses debido a la reforma política-electoral promovida en 2014 por el todavía presidente Enrique Peña Nieto.

A diferencia de todos los sexenios, desde su instauración con el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas del Río, López Obrador prácticamente asumió el mando nacional apenas horas después del uno de julio cuando el presidente en funciones reconoció el triunfo inobjetable de éste y aceptó de alguna forma compartir la agenda nacional y mediática.

En estos tres meses y bajo el periodo denominado de transición, aterciopelada conforme lo convenido con Los Pinos, López Obrador ha puesto en operación una serie de directrices en una especie de co-gobierno con Peña Nieto, su acérrimo adversario político sólo antes de las elecciones.

Parte de ese inusitado e inesperado co-gobierno explica por ejemplo la incorporación de miembros del equipo del presidente entrante a las negociaciones comerciales con Estados Unidos y Canadá, aunque parcialmente en el caso de este último país, para actualizar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Tlcan).

De igual forma, por ese co-gobierno se explica el acuerdo entre López Obrador y Peña Nieto a fin de impulsar la refundación de la Secretaría de Seguridad Pública y de la fiscalía general aún antes del uno de diciembre próximo. Esa fiscalía general, se prevé, incluirá las fiscalías anticorrupción y la electoral.

El co-gobierno también aceptó que equipos de ambos presidentes trabajarían juntos en la elaboración del presupuesto público federal para 2019, lo que hizo que el tabasqueño emitiera un certificado de reconocimiento al presidente Peña que “se está portando muy bien”.

En otros temas López Obrador, también se ha mostrado terso y aún con los espolones un tanto esmerilados. Ya probó que los extremos no son cosa buena en política y hasta ahora se ha encontrado cómodo aún incluso con sus anteriores adversarios, el caso concreto de Rosario Robles, a quien recién casi exoneró y consideró un “chivo expiatorio” en los señalamientos y aun evidencias de la llamada “estafa maestra”.

Su discurso se ha mesurado y ha tendido al centro, tanto como lo permite el escenario nacional. Y me parece que conforme avance el tiempo tenderá todavía más a la moderación y el apalancamiento. Quizá es lo que debe hacer, quizá es lo que puede hacer en vista de quienes lo aguardan en la bajadita para hacerlo tropezar. O en su caso, sacarlo de su cauce aun y con sus 30 millones de votos. Veremos.

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