Es prematuro me parece sacar conclusiones sobre los motivos que impulsaron a nuestro presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, a asistir acompañado de
su esposa a una fiesta suntuosa. ¿Por qué lo digo? Dudo que sea fanático de ese tipo de eventos sociales. Imagino que tampoco su esposa, la señora Beatriz Gutiérrez Müller, haya estado fascinada de participar en semejante bodorrio. Aunque sí se haya encantado con la Capilla del Rosario de la Iglesia de Santo Domingo en la capital poblana.
Imagino al presidente electo y su esposa al momento de pensar y luego decidir su participación en la fiesta de César Yáñez y su prometida Dulce María. Dudo que no hayan evaluado el impacto social y/o mediático de una celebración pública como la que selló de manera oficial el matrimonio de Yáñez y señora.
López Obrador es un político de peso completo, no un adolescente que sueña con asistir a una gran fiesta. No me lo imagino. Su esposa, la señora Beatriz, es una doctora de grado e historiadora. No una actriz ni tampoco una ex cuidadora de mascotas. Tampoco la veo, al menos no por ahora, como una mujer que ambicione cargos políticos.
López Obrador y su esposa Beatriz no parecen ser amantes de la frivolidad, mucho menos del mundo de la farándula. El mismo se ha descrito como un luchador social e incluso me atrevería a decir que se trata de un fajador social. Hasta ahora lo que se ve en él es a un hombre sencillo y hasta diría que –con absoluto respeto- un tanto provinciano en el cabal sentido del término. Su manera de hablar, su tiple o acento y dicción lo descubren como un hombre modesto, incluso demasiado ahora mismo cuando es ya presidente electo.
Es más, supongo que el matrimonio López Obrador-Gutiérrez Müller, ha de haber batallado un tanto al decidir el tipo de vestimenta que usarían para asistir a la lujosa boda de Yáñez y Dulce María. Han de haber estado meditando: ¿qué me llevo, qué me pongo? Es muy probable que la señora Beatriz le haya comentado al presidente electo que debía ponerse corbata porque sería una fiesta de lujo. Es probable, supongo. También es de suponer que el presidente electo dijo a su esposa que se veía muy guapa y acicalada. Seguramente hasta le plantó un picorete y la elogió por su arreglo personal para la ocasión.
Imagino que la pareja se trasladó en el jetita blanco hasta el Centro de Convenciones en Puebla, sitio de la celebración nupcial de los Yáñez. Seguramente fueron cuidados por una guardia discreta pero eficaz a cierta distancia. Acudieron hasta dónde sé sin hijos y compartieron una noche seguramente divertida, pero muy ajena a sus quehaceres cotidianos, repletos de asuntos en los cuales pensar y sobre los que hay que tomar decisiones. ¡Qué bueno! Quizá a la mañana siguiente amanecieron menos tensos y preocupados en comparación con prácticamente todos los días que comparten.
Es muy probable, supongo, que a la mañana siguiente de la boda de Yáñez y Dulce María han de haber comentado los detalles e impresiones de la fiesta. Espero que se hayan relajado lo suficiente porque lo que viene para ambos es candela.
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